lunes, 29 de junio de 2009

Dos líneas en policiales

LA REVOLUTA - EPISODIO 43

Nada más el tractor asomó la trompa en el cruce de calles, Prasky pellizcó el brazo del Comandante Marx. A Porchetito todavía le duraba el entusiasmo por el desnudo de El Senador, pero finalmente giró y se dio con el entusiasmo del periodista. Le pareció demasiado. “Un rato que sí, otro que no; un rato con nosotros, el otro llorando para tomárselas”, pensó el panadero. “A éste se le rompió la bolsa de caramelos”.

¡Mire, Porchetto, es Braulio!

Prasky arrastró a Porchetto del brazo hasta la ventana y al Comandante lo ganó cierta sorpresa. No entendía qué hacía el tractor de Dugoni con el motor moderando frente al bar de Doña Margarita. Y, sobre todo, qué hacía Braulio junto al viejo carcamán.

¿Qué caraj...?

Parece que el tipo promete lo que cumple, Comandante. Debiera aprender de él. Eso es carácter.

Sea serio, Prasky.

El porteño lanzó una risita.

¿Qué se traerán? —dijo luego.

Ni idea, pero lo que sea ayuda.

Qué bueno que lo admita: alguien piensa más rápido que usted.

No empiece otra vez con la cantinela. Braulio demostró convicción, che.

Usted escucha lo que quiere —dijo el periodista, señalando a la plaza: la ley se reagrupaba—. ¿No oyó que dijo que la revolución a él le vale ni fu ni fa?

Porchetto se puso por encima.

Pavadas. Es un líder; está con nosotros. Debiera haberlo llamado Comandante Lenin.

¿No le queda un nombre para él?

Muchos. Si algo han dado las revoluciones son hombres de valía. Y no sea socarrón, que le noto el tonito...

Ya. ¿Cuál tiene?

¿Pregunta en serio o boludea? —Prasky respondió que no jugaba y Porchetto se lanzó a una perorata— Ninguno. No había pensado en ponerle nombre de algún héroe histórico... De todos modos, también es bueno que las revoluciones tengan color local. ¿Por qué cree que la bandera nuestra es con trigo?

Me fijé. Está bien, aunque parece medio maricona.

Maricona su abuela...

Eh, tampoco es para tanto. ¿Qué nombre, entonces?

El Comandante bufó.

Qué se yo... Comandante no puede ser... Un rango inferior, sí, porque no estuvo desde el principio... Pero Subcomandante Braulio no me suena bien... Muy criollo, un nombre medio... pelotudo —devarió Porchetto—... Quizá el segundo nombre de él... Sí... Subcomandante Marcos. Sí. Ese le queda bien.

Ahá... Con que Marcos... —río para sus adentros Prasky— ...Oiga, recién ahora noto que ando preguntándole tonterías. Piense para adelante: si Braulio y Dugoni hacen lío y no ganan, estos otros se le van a venir crudo.

La demostración de fuerza de Braulio, perdón, del Subcomandante Marcos, le dará ímpetu a mi gente.

Bla, bla, bla...

En serio. El que me llama la atención es Dugoni. No lo imaginé jamás aquí. Creo que debo pensar un nombre para él también.

Concéntrese, carajo. Hay cosas más importantes.

Pero... ¡hace un minuto usted quería que buscase nombres para Braulio! ¡¿Quién lo entiende?! ¿Ustedes allá son todos así?

¿Allá es Baires?

Sí.

No. Además, yo puedo pensar y hablar de lo que quiera. El que tiene que estar atento es usted. Es su revolución y usted el jefe. ¿Usted cree que Lenin se distraía en bautizar soldaditos como usted ahora? Mire que es facilito, eh...

Déjeme decírselo así, incapaz: la presentación de una revolución es muy importante.

Prasky rió con ganas.

Pare un poco ahí: usted está pensando en el libro de historia antes de cagar la tinta, macho —se buró—. Ahora caigo: quiere esto para que escriban sobre el panadero heroico. ¡Qué bajo lo suyo, Porchetto! Todo esto para dos líneas en policiales. Si las publican.

Todo héroe merece reconocimiento, al fin de cuentas —dijo el Comandante, con el bronce en el rostro.

style="font-size:125%;">—Sí, y si acá hubiera un psiquiátrico a usted le hacen el monumento al frente. No sé si usted es un boludo romántico o un cínico cualquiera... —y meneando la cabeza:— Bah, no sé por qué me preocupo.... Entonces, ¿Dugoni va cómo?

Ya le dije que no se me ocurre nada en este momento —respondió Marx, distante.

Póngale Gramsci —insisitó Prasky—. Total, es tano.

El Comandante no respondió.

Además, comparado con lo que tiene acá, Dugoni debe ser todo un intelectual. Upa... —señaló al frente— Se mueven...

Porchetito se asomó a la ventana cuando la acción ya tenía velocidad. Estalló en aplausos cuando el John Deere de Dugoni arrasó por primera vez el coche de El Senador. La peonada del Subcomandante Marcos, ex Braulio, se sumó intentando ver por los espacios que dejaban las cabezas de Prasky y El Comandante. Tronaron de risa, alentados por el coraje de su jefe.

Prasky seguía en silencio, mordiéndose los labios, sopesando el impacto de cada giro de las ruedas del tractor. Nada bueno saldría de allí si la policía tomaba el control. Sin embargo, cuando el Subcomandante Marcos inició la centrífuga de bosta de vaca, también él se unió al grupo. Todos vivaron al peón que, de la nada, se erigía en un combatiente aguerrido y valiente.

Pero lo que siguió no fue agradable para los revoltosos de La Espiga Roja. Los policías finalmente tomaron el control del John Deere y, empujando al peón hacia el interior, parecían poner fin a la asonada. Porchetito Marx y su banda se desgañitaron echando alertas a voz en cuello al Subcomandante Marcos, que finalmente pudo apearse de la cabina y escabullirse de las fuerzas del orden.

A Dugoni no le fue tan bien. Los insurgentes lo vieron tomarse el rostro y soltar el volante del tractor y comprobaron impávidos cómo los policías reducían al anciano. Para cuando quisieron darse cuenta, el descalabro ya estaba sobre ellos, pues el John Deere viró ciego hacia la panadería.

¡¡Nos hace mierda, rajen!! —ordenó Prasky.

La peonada corrió al cuarto del fondo sin orden y el periodista tuvo que detener su propia carrera para llevarse a Porchetito Marx, impávido junto a la puerta. Ana se había unido pronto al primer grupo y el único que seguía entonces absorto era Osvaldito Lenin, que continuaba el recitado de la proclama, a media lengua, por el micrófono de radioaficionado del verdulero Raimundi.

Fueron milésimas de segundo en las que todos esperaron que el frente de la panadería se viniera abajo por el impacto de la mole verde de hierro, pero nada ocurrió. a último momento, el tractor desvió la trayectoria y siguió por la vereda, en paralelo a La Espiga Roja Revolucionaria.

Lo que siguió fue el estruendo de las peceras volando en pedazos.

¡¡¡Cagamos!!! —gritó el Comandante Marx— ¡¡¡Se soltó la bicha!!!

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