jueves, 2 de abril de 2009

La viga en mi ojo

LA REVOLUTA – EPISODIO 41

Prasky le rodeó el cuello con el brazo y la besó en la frente por última vez. Después se acomodó a su lado y le enruló el cabello. Ana volvió a una pregunta con respuesta pendiente: por qué esperó hasta el final para contarle de él algo más. Prasky se detuvo en la frase: ¿ella pensaba como él? ¿Presentían ambos el final de la pandilla de Primo Boschetto? ¿Era también su final de ellos? Habían tenido apenas un encuentro trunco, esta noche y un largo juego previo. ¿Concluían también? En ese preciso instante Prasky supo el por qué de aquel revolcón en las tripas cuando la llegada de El Senador abría otra vez las puertas a su partida de Estación Alicia.

¿Vos creés que pude haberme enamorado de vos en tan poco tiempo? —disparó el periodista a quemarropa.

Ana no se inmutó. La idea también le daba vueltas en la cabeza.

Más bien creo que es metejón. Fuertecito, pero metejón.

Hum.

Prasky comenzó a vestirse otra vez. Desde el salón de ventas de La Espiga Roja Revolucionaria llegaban las risas de los peones, a los que se había unido Porchetito. Su voz, ahora exageradamente feliz, ratificaba un desenlace victorioso en su forcejeo con El Senador.

¿Y eso es mejor o es peor que enamorarse?

La maestra lo atravesó con la mirada. No tenía respuesta para eso. La única certeza que poseía en ese instante era que vería a Prasky marcharse en breve. Un día o dos, quizás horas. Pero se iría. La idea de volver a verse sola la hundió en la cama de Porchetito.

Voy a responderte —dijo entonces Prasky, ya casi terminando de vestirse—. A por qué esperé hasta el final, digo. No sé si lo tengo muy claro pero creo que es un comportamiento muy propio de mí. O sea, para mí, esto, la revolución de Porchetito, se va al diablo en segundos. Es un asunto simple, no algo que me vaya a marcar de por vida, excepto por vos —aclaró—, quiero decir...

No tenés que aclarar, Ezequiel, no es necesario —no había enfado en la voz de la maestra, que también comenzó a vestirse.

No, no lo digo de comedido o para quedar bien. No, de veras que tengo algo... interesante —Prasky estaba corto de palabras— con vos. O sea, me gustás, que quede claro. Vuelvo a lo anterior. Cuando empezás a ver por qué fracasó todo, y tarde o temprano lo haremos o lo haré con esta chifladura de Porchetito, te preguntás qué hiciste vos. Si sos o no responsable de eso, por acción o por omisión —Ana lo escuchaba atentamente, aunque sin mirarlo, terminando de ponerse las ropas—. Por lo general, nos abrimos. Somos, cómo decirlo, demasiado pequeños. Mentalmente, quiero decir. Siempre la culpa de la derrota, como ahora, o del fracaso sistemático, como me pasa a mí, la tiene un vecino o el hijo de puta de afuera, ¿me explico?

Ana le hizo saber que sí.

La paja en el ojo ajeno —respondió.

Exacto. Es más sencillo, más fácil...

Más maricón.

Y más inmaduro, también, poner en otro mi responsabilidad. Bueno, con esto me pasa lo mismo. Me preguntaste por qué ayudé hace un rato a Porchetto, te dije que por lástima. Entendiste bien: era hacia mí. Yo me debía hacer algo, no por la pendorchada de la revoluta del panadero, sino... —Prasky se detuvo, como si su cerebro fundiera a blanco.

¿Sino?...

Yo no quiero resignarme a que tengo que ser adulto —su tono se hizo grave—. No queremos resignarnos, comprometernos, tomar decisiones. No queremos ese compromiso porque duele, porque no aprendimos a crecer bien, a asumir que hay que despellejarse para llegar a tener, qué se yo, la verga gorda y el pubis con pendejos.

No es muy educado pero sirve como figura —concedió Ana.

Sí, pero pará, no me hables al toque que pierdo el hilo... Responsabilidad va de la mano con aceptar que, ante el error o la pérdida, ante cualquier derrota y fracaso, tenemos que detenermos y revisar qué hicimos mal. Si somos responsables, y perdón que insista con esto, si descubrimos entonces el error, la falla, el equívoco, entonces tenemos la obligación moral o como quieras llamarla de corregir la metida de pata. Eso es, al fin, ser adultos: hacerse cargo de, al menos, evitar repetir las estupideces del pasado.

Ana se detuvo un instante, mientras se ponía los zapatos, asaltada por un cuestionamiento repentino.

¿Estás hablando de vos, no? Porque suena a caracterización nacionalista... No caigas en eso.

Prasky dudó. Terminó de acomodarse la ropa y quitó la silla del picaporte.

Sí, por supuesto. Hablo de mí —dijo finalmente.

Abrió la puerta y cedió el paso a Ana. En la sala los recibieron a los gritos, bebiendo una caña que ni Ana ni Prasky supieron de dónde había salido. Porchetito Marx se acercó a la carrera y, metiéndose entre ambos, los llevó al centro de la sala. Pidió un brindis por Ana, por Prasky, por la revolución y por él.

¡Hasta la victoria, siempre! —aulló.

Prasky estaba ausente. En otro momento se hubiera burlado de los lugares comunes del panadero pero parecía no estar de ánimo. En rigor, se decía, su misma explicación sobre su escaso compromiso era una librería de frases hechas y pensamientos superficiales. Lo que él anunciaba como autocrítica era todo lo contrario. Así era para él la revolución, Estación Alicia, su país, el mundo. Ausencias, inhibiciones, privaciones, retiros. Desentendimientos.

Para Prasky, su vida —todas las vidas— podían explicarse recurriendo a la militancia de las personales en un infantilismo perpetuo. Omisiones para tomar el toro por las astas, olvidos del dado, apartamientos y alejamientos de las papas que queman. Lugares comunes, miedo a ser señalado, una sucesión de escapes.

Ana lo adivinó en esa senda y se acercó hasta él. Le rodeó la cintura con el brazo y apoyó la cabeza en su pecho. Por un instante, Ezequiel Prasky se reconcilió consigo mismo y estuvo dispuesto a quedarse a vivir con la maestra olvidadiza e inventora de historias en el medio de la nada rural. Pero entonces al segundo siguiente vio a Porchetito levantar la copa, gritarle “camarada Prasky” y todo volvió a ser igual. Otra cuña en la cacha que borraría apenas dejase ese jodido pueblo de mierda.

SIGUIENTE ›› LA BICHA

ANTERIOR ‹‹ LOMO SOBADO

 
© Diego Fonseca Licencia Creative Commons ::: © 2008 - [ village ] diseño de doxs | templates