miércoles, 26 de noviembre de 2008

Factor sorpresa

LA REVOLUTA – EPISODIO 25

La disposición de las fuerzas estaba acordada para que, una vez secuestrado Giusti, un grupo de seis soldados de la revolución se encargara de sus peones. Los tipos eran grandotes y serían necesarios los más forzudos para arrastrarlos donde el estanciero, a quien el Comandante Marx consideraba bajo retención popular. Como le tenía tirria a un par de ellos, Braulio se ofreció a comandar la avanzada pero El Comandante se negó: lo quería a su lado. Separarlo de los peones, suponía, transferiría su autoridad sobre ellos. Era aberrante para él aceptar ese patetismo socialdemócrata de la representatividad democrática pero nadie en Estación Alicia leía demasiada política.

Un segundo grupo comenzaría la propaganda comunicando a los habitantes la situación del pueblo. Bastaba echar a correr la voz para que la gente llegase a la placita. Mientras, el tercer grupo, el menos numeroso, daría vueltas el caserío buscando pertrechos. Creían conocer a un par de viejos que guardaban armas de fuego en sus mesas de luz. Finalmente, ya con todo organizado, leerían el Comunicado Número Uno en la placita. Marx había decidido que incluiría algunas consideraciones históricas adicionales para dotar de mayor trascendencia el acto. Pensaba que la maestra Ana podría darle el marco. Nadie mejor capacitado que ella, había dicho, para entender la historia.

Como era habitual, Porchetto abrió las puertas de la panadería al amanecer. Pero esa mañana no lo hizo para vender pan sino para colgar en la fachada la bandera roja reformada durante la noche con las cinco espigas de las bolsas de harina triple cero que ocultaban la hoz y el martillo. El panadero no consideraba una infracción reemplazar los símbolos históricos del PC. Necesitaba que su gente se identificara con la causa y nada mejor que darles una imagen cercana, así en el pueblo se plantara soja y no trigo desde un par de décadas atrás.

Armado de la bandera, con dos hombres apareados a la puerta, Marx salió a paso firme a la vereda. Excitado por el acontecimiento inaugural, olvidó que, como todos los días, una docena de viejas lo estaría esperando a pocos pasos de allí con sus bolsas de pan listas para llevarse los primeros bollos, facturas y tiras. No perdió la compostura al verlas y saludó como todo un caballero. Un líder jamás actúa sin estilo ni corrección.

Buenos días, señoras —encaró circunspecto—. Lo siento mucho, pero debo informarles que hoy no habrá venta.

El desconcierto se apropió de la mirada de las mujeres. ¿Podría ser una broma? No lo pareció un segundo después.

Así es —dijo Marx empezando a desplegar la bandera—: asuntos más importantes ocuparán a este pueblo desde este día. Hoy comienza un mundo nuevo.

Las señoras eran ancianas consumidas por los años, deshidratadas cual ciruelas pasas, pero tenían el espíritu claro. Fuera lo que fuera, nada las dejaría sin pan; ni siquiera el panadero, así que lo encararon sin pausa. Marx no pudo retroceder como sus peones que, al ver a las señoras abalanzarse levantando las bolsas por los aires, recularon hasta dentro de la panadería. El Comandante, fiel a la idea de morir con las botas puestas, se enredó en cambio en una larga explicación. Quiso justificar varias veces las razones por las que no hornearía ese día pero tropezó siempre. A cada palabra se mostraba más como Porchetito que como el comandante de una revolución campesina.

Las viejas lo increparon hasta el cansancio. No había en sus bocas más que demandas por una docena de bollos, el pan horneado al huevo, cuatro o cinco kilos de huesitos y las infaltables carasucias. Una reclamó su pan de leche para el desayuno y se lo dijo con el rostro enrojecido, sintiéndose presa de una traición inconcebible.

Señoras, por favor... —retrocedió ahora el Comandante, poniendo ya un pie dentro de la panadería— Miren, lo que ustedes se llevan a las seis yo empiezo a prepararlo a las cuatro. No hay nada listo, ni masa, ni el horno encendido. No tengo nada, señoras...

Pero ni una razón, reclamo ni pedido de clemencia hacia una causa que se pretendía superior en la mente del panadero revolucionario trepanó la decisión de las doñas por el carbohidrato y grasas diarios. Ellas habían comprado su pan allí desde que el padre de Porchetito creó La Espiga, el antecedente directo de La Espiga Roja del hijo. Jamás las había dejado sin un mísero bollo. Jamás. Y no sería esa la primera vez.

Entonces ocurrió lo impensado para Marx. Agobiado por el griterío, que empezaba a acercar a otra gente del pueblo, sintiendo en cada vocecita el cotorreo de una bandada de loros granujas, Porchetito retrocedió dos pasos más, uno de ellos en falso y cayó redondo en el piso de la panadería, levantando una nube de harina que pronto lo cubrió.

Todo en un acto, se reincorporó y se sacudió la ropa. Para cuando acabó advirtió que no tenía espacios para sostener sus pretensiones: las doñas estaban ya también dentro de la panadería, rodeándolo, chillando como lauchas. Entonces, sin más, capituló.

Está bien, va a haber pan —transigió— pero no será ahora. Hay que calentar el horno y hacer la masa. Vuelvan en dos horas.

Las viejitas deliberaron unos segundos pero aceptaron la propuesta, aunque no sin rezongos. Se desconcentraron un poco más rápido que los curiosos de la plaza, algunos de los cuales habían alcanzado a cruzar palabras con los peones de la puerta. Ellos les transmitieron detalles sueltos de la revoluta que los convertiría en dueños de los campos. Lamentablemente para los planes de Porchetito Marx, esa voz, imprudente e inmanejable, corrió más veloz y desorganizada que su complot y no tomaría tiempo para que un pueblo movilizado sin orden alguno complicase su cronograma rebelde.

Porchetito dejó salir a las viejas y se encerró en la panadería y pidió a Carlitos que olvide el bando y se concentre en los panes. Un par de peones lo ayudarían a acelerar el trámite. Él idearía un Plan B que le permitiera reenfocarse en la crisis. Se apoyó con los codos en el mostrador y se tomó la cabeza con la punta de los dedos. La luz asomó en su mente en cuestión de segundos.

Esto es lo que vamos a hacer... —urgió al personal— Ustedes terminen el pan; los de la división de armas se quedan acá hasta que emitamos el comunicado. Lo único importante ahora es que agarren a los tipos de Giusti. Yo, mientras, necesito a la maestra.

Entró al cuartito donde Prasky esperaba sentado en la silla con las piernas cruzadas. A Giusti lo habían sentado sobre el camastro. Seguía desalineado, con el pantalón mal abrochado y la camisa fuera. El cabello despeinado en nada lo asemejaba al patrón imponente. Así, era un viejo misérrimo, que aun conservaba la mirada penetrante, pero dejaba ver su costado más endeble.

¿Problemas, Comandante? —se burló el periodista.

Siempre hay imprevistos en las revoluciones. ¿Dónde están los suyos? —dijo Marx mirando directamente a Giusti, mientras separaba unas canastas y las pasaba a los peones para que acomodasen el pan una vez hecho.

No piense que voy a decírselo —replicó el viejo, sin temor en la voz—. Ellos me van a sacar de acá y a usted lo van a moler a patadas. ¿Qué es esta payasada?

Porchetito Marx miró a Prasky y señaló a Giusti con el índice.

¿No le dijo nada a éste?

Algo, pero creo que tiene las mismas dudas que yo —acotó Prasky, divertido.

Lo único que debe saber es que se acabó su acoso —sentenció, volviendo al estanciero—. Se acabaron sus negocios y se acabó la explotación. Sus campos son nuestros, crápula, y usted está retenido por la revolución.

Giusti se exaltó.

¡Usted está loco! Le voy a caer con toda la policía que encuentre y se va a dejar de joder al instante, ¿me oyó? ¡¿O se cree que con los muertos de hambre estos va a poder pararlos?!

El panadero revoltoso no fue a menos.

El factor sorpresa decidirá a nuestro favor. Cuando los suyos lleguen los míos los estarán esperando.

¿Factor sorpresa como el de recién con las señoras? —terció Prasky, y Giusti lanzó una carcajada sonora.

Marx intentó mostrarse hidalgo pero el comentario inesperado de Prasky lo superó. Parecía que era cierto eso de que los porteños eran rápidos para la chanza. Su rostro enrojeció y Prasky volvió entonces a colorearlo con la reincidencia.

Vamos, hombre, déjese de joder... No va a ningún lado con esta huevada. Suéltenos y la cosa acaba bien, porque imagino que usted no irá a hacer quilombo, Giusti, ¿no?...

El viejo tampoco respondió. Devoraba con los ojos hirvientes el cuerpo esmirriado de Porchetto, que en vano intentaba mantener el tono.

No piense que voy a creerme eso —dijo finalmente el panadero—. De usted vaya y pase, porque lo que menos quiere es quedarse acá, pero de este viejo gusano no me fío un soto. Nadie. Así estamos por él... —acotó, apuntando con el pulgar al piso, y luego, mirando a Giusti— Si no avisa dónde están sus perros, peor: hoy, viejo, usted no desayuna ni almuerza.

¡Váyase al diablo!

Ni Dios ni el diablo, carajo. Yo sólo creo en la fuerza del pueblo —dijo y la solemnidad le volvió a la voz—. Piense mejor por un rato. Si me dice, come. Nada más.

Porchetto entonces recogió un cuaderno y una lapicera y se dispuso a salir.

¿Y eso? —se interesó Prasky.

Tengo un pequeño asunto que atender.

¿Cuál, si se puede saber?

El comandante dudó un instante. ¿Debía informarle? Decidió que nada podía hacer en contrario estando bajo retención popular como Giusti.

Voy a buscar a la maestra para que nos prepare el bando revolucionario.

¿Ana? —se sorprendió Prasky— ¿Ella está en esto...?

Porchetto sonrió: quizás había hallado una oportunidad sin buscarla.

No todavía, pero si no quiere, la vamos a reclutar igual. Necesito de su memoria para presentar la revolución a mi gente.

Ah, sí, claro, la memoria de Ana... —Prasky ahora meneó la cabeza, casi sonriendo— Comandante, déjeme decirle una cosa: usted se va al muere. Solito, como Quiroga.

Unos minutos antes, Prasky habría ganado el duelo verbal, pero ahora fue Porchetto quien salió otra vez airoso.

No me venga con huevadas literarias. Parece que necesita otra demostración de que tengo razón. Venga, acompáñeme y le muestro.

El periodista se levantó para seguir a Marx, que algo tenía en mente. El Comandante llamó a dos peones antes de abandonar el cuarto. Que estuvieran atentos: en cualquier momento llegaría la comisión a cargo de apresar a los perros de Giusti. A esos se los ataban igualitos que al viejo, dijo. Que él no se tardaba.

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9 piquetes:

› Un piquete VIP de Anónimo

Muy buena la entrada de las viejitas robotizadas por la costumbre de comprar pan.
Veremos qué dice la maestra con tanta fantasía (ya sabes lo que me gusta).
¿Hay policía en Estación Alicia? Nunca lo había pensado.

› Un piquete VIP de Juan Carlos Lemus juancarloslemus3000@gmail.com

interesante historia. por si te sirve de algo, cuando inicia: "La disposición de las fuerzas estaba acordada para que, una vez secuestrado Giusti, un grupo de seis soldados de la revolución se encargue de sus peones".
espero no parecerte policía del lenguaje, pues no lo soy, pero si puedo aportar algo, lo hago. creo que lo correcto sería "encargara" en lugar de "encargue".
lo más importante, sin embargo, creo que es el discurso y que la histoira te captura.

saludos

› Un piquete VIP de Anónimo

Está visto que tengo una mentalidad superior: a los dos tipos más riesgosos pra la revoluta me los cargo en menos de lo que canta un gallo. En un dia. Maestro soy. De los pocos que hay.

Me rei mucho con el texto, ja

› Un piquete VIP de Anónimo

¿Por qué "retención popular" me suena a tener el vientre seco?

Excelente txt, como siempre.

› Un piquete VIP de Anónimo

Ya que estamos de corrección, en:
"y cayó redondo en el piso... que pronto le cayó encima" -- no sería mejor eliminar la doble "cayó"?

"unos segundos al cabo de los cuales aceptaron la propuesta, aunque no sin rezongos. Se desconcentraron un poco más rápido que los curiosos de la plaza, algunos de los cuales" --también, eliminar un "cuales"?

Viene a cuento que les informe que me lanzaré a la presidencia de algún país pues ya tengo historial de guerra preso de una revoluta.

› Un piquete VIP de Diego Fonseca

Parsimonia
La maestra siempre tiene algo por decir. Ayer, sin ir más lejos, estuve viendo su primera participación. No puedo creer que escribiera eso hace 10 años. ¿Policía en el pueblo? Veremos.

Juan Carlos
Siempre fui muy disciplinado con los comisarios políticos, así que diré "mande, comandante, que su opinión es luz en el túnel de mi vida". Sin demagogias: tenés razón. Cambiado.

Comandante Porchetito
Mentalidad superior... Sí, galán.

Miss Heinz
Hum... ¿porque masas siempre remite a tortas fritas?

Ezequiel Prasky
Si me permite, un par de comentarios más arriba está su VP. Las dos sugerencias son buenas. Cambiado.

› Un piquete VIP de Anónimo

A veces me mejunjeo porque leo salteado La Revoluta y se me complica todo. Me digo que a las novelas hay q leerlas en una sentada, maximo una semana. Y el blog te complica todo, pero tambien soy yo, de puro vago, porque dejo tambien las novelas de papel en la mesa de luz y se me olvidan por meses.

A qué iba? Ah, a que me parece q ahora se viene con todo La Revoluta, como que se empieza a caer por una pendiente enorme. que primero subiste despacio la cuesta y ahora viene la caida, rodando como una pelota imparable.

Qué dia que tengo hoy...

› Un piquete VIP de Anónimo

DIego, por qué desaparecieron los socios de Feedburner? Yo sigo siendo pero abajo dice cero.

› Un piquete VIP de Diego Fonseca

Chango y Nieto
No se equivoca.

Craig
Según FeedBurner, el feed pesaba más de lo deseable y se borró. Tuve que cambiarlo. Se registraron los que se registraron. Quizá quedó el tuyo. No sé. Estoy pensando en borrarlo y que esto vaya a la buena de dios.

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