miércoles, 3 de diciembre de 2008

Flautitas

LA REVOLUTA – EPISODIO 26

La Ford se estacionó con lentitud, respetando la parsimonia genética del pueblo. Los tres gordos bajaron y entraron a paso firme y en silencio al bar, como siempre. Supieron que algo andaba mal al instante sin necesidad de la magia repentista del campo, donde se sabe que el aire adelanta lluvia y sequía. Les bastó ver que algunos peones que habían dejado en la estancia cuando salieron para la laguna junto al capataz estaban ahora sentados compartiendo una mesa del hostal. Los acompañaban otros dos jornaleros de un campo que no pertenecía a Giusti. El gordo más viejo dijo para sus adentros una sola palabra: carajo.

Los soldados de la revolución panadera se desangelaron frente a la alzada de los gorilas del estanciero.

¿Quíacen ustede acá? —los encaró el gordo del bigote inmenso.

Los peoncitos trataron de componerse. Habló el más pequeño y avispado de los siete.

Vinimo a buscálo a ustede, Bigotón —ironizó el petiso y los demás lo siguieron con una risa estruendosa.

Al gordo le cayó mal la bravuconada del enano, pero no se enfadó. Estaba aturdido por la ausencia de Giusti en el bar, reemplazado por esos mequetrefes. Inició entonces una conversación de primero de primaria.

¿Pasó algo? ¿Ontá el patrón?

Con nosotro, pué.

Con ustede no ‘, acá no ‘... ¿Tál fondo?

—‘ en la panadería.

¿Y quíace ahi?

Lo ievamo paiá.

¿Y por qué lo ievaron paiá si acá taba bien, ah?

El peón pequeño repetió la frase que el Comandante Porchetito Marx le había repetido hasta el hastío.

Acción revolú...

Miró a los demás para que lo sacaran del bloqueo; le respondieron encogiendo los hombros o mirando al techo.

Revolú...

El gordo bigotudo se impacientaba.

Revolú... Bah, ustede tré tienen que vení con nosotro también —dijo ahora con decisión.

Bigotón no terminaba de entender.

¿Le pasó algo al patrón, che?

É nuestro, eso pasó.

Bigotón seguía sin entender, y cuando algo no entendía se ponía violento.

¿Cómo é eso, pescao? ¿A qué lo ievaron a la panadería? Largá.

El flaquito esmirriado tomó coraje.

Lo tenemo entrampao, así que, , ustede tré también tienen que vení. Y tranquilito: no armemo quilombo que a Doña Margarita no le gusta.

El gordo bigotudo vio a la mujer detrás de la barra. Tenía la preocupación dibujada en cada arruga. No era necesario que dijera nada, aunque lo hizo.

Muchachos, no se metan en líos, ¿quieren? Ya suficiente tenemos...

Cuando la mujer terminó de hablar, Bigotón supo finalmente que el asunto era grave. Doña Margarita no hablaba a menos que fuera con Giusti o se viniera una tormenta de la sandiós.

¿Qué pasó,
Doña?

La mujer lanzó un largo suspiro resignado.

Es Porchetito, el panadero. Anda haciendo lío otra vez.

A Bigotón se le frunció todo el cuerpo.

¿Él se ievó al patrón?

Otros, pero él los mandó. Lo vinieron a buscar en la madrugada.

Así é —intervino el bajito, deseoso de terminar eso rápido antes de que el gigante recuperase bravura—, y ustede aura tienen que vení.

No resultó.

¡Nosotro no vamo a ningún lao y vó no traé al patrón ia mismo, petiso! —elevó el tono el bigotudo, estirando un dedo grueso como un chorizo hasta el peoncito, que retrocedió un paso y miró a la señora, buscando su anuencia.

Mire, nosotro no queremo armá má lío... Nosotro queremo que Giusti no dé lo campo, y nada ... Así que nuay que armá ningún quilombo. Ia sabé: a Doña Margarita no le gustan lo lío...

¡Quilombo va a el que te va a quedá en la cara, pelotudazo! ¡Me lo traéi al patrón ia mimo o lo vamo a buscá nosotro y se arma el despelote, ¿mentendé?!

Al peón le atemorizó el grito, que sonaba a rugido de puma, pero tampoco iba a dejar que lo atropellaran. Se animó.

No me torié, grandote, que no queremo lío, te dije. Así que vení por la buena, mejor... Mirá que somo má que ustede.

tu agüela, petiso culiao.

El bigotudo se llevó la mano a la espalda y sacó un pistolón que la chaqueta le ocultaba. Los otros dos lo imitaron y los peones retrocedieron. Una voz de barítono emergió de la garganta del petiso. Era el fin de su misión y así lo hizo saber.

...Tá güeno, che, que no é pa’ tanto... Si queré buscálo, andá.. A nosotro nada má no mandó el Porchetito. Pero guardá ese chumbo que se te va a escapá un tiro...

Los gordos lo dejaron reclamando cuidado y salieron a la carrera. Se subieron con agilidad a la F100, que tronó y resbaló por la calle hasta llegar a La Espiga Roja en menos de tres segundos. Entraron a la panadería como si fueran sus dueños, con las armas en la mano. Tomaron desprevenidos a Carlitos y los ayudantes, que estaban terminando de hornear el pan para las viejas. Un gorila les apuntó mecánicamente y se plantó frente a ellos sin esperar una orden. Los demás siguieron. Se entendían de memoria.

El bigotudo pateó con fuerza la puerta del cuartito, el único lugar donde podía haber alguien. Giusti estaba amarrado a la silla que antes ocupaba Prasky. Le habían atado los zapatos con sus propios cordones y tenía asidas las muñecas con soguitas al respaldo de la silla.

¡Puta madre que se tardaron, carajo! ¡¿Dónde mierda estaban?!

Los capataces cambiaron el rostro forjado de bulldogs por uno de perro viejo. Giusti imponía una autoridad incuestionable.

...No tardamo en la laguna, patrón... —se disculpó Bigotón con un hilo de voz— ‘crecida y lo campo están pior de lo que creíamo...

Giusti terminó de levantarse mientras el segundo gordo le desataba los cordones de los zapatos.

¡Después vemos eso, pelotudo, no te pregunto para que me respondas! ¿Tenés la camioneta?

Ajuera, lista, patrón...

Vamos a buscar a la cana. ¡A estos los vamos a joder fiero, la concha de la lora!

Giusti salió con el rostro desencajado y pasó al lado del tercer gorila, que seguía apuntando a los panaderos, como si el tipo no existiera. Pero allí seguía cuando todos abandonaron la tienda. Entonces la bestia retrocedió con el arma firme, siempre dirigida al cuerpo de Carlitos, que temblaba como una hoja y se había orinado en los pantalones.

La camioneta voló sobre la callecita. Dos señoras que caminaban hacia la panadería a buscar el pan se detuvieron alteradas sobre la vereda. Habían visto de pasada el rostro agudo de Giusti, al Bigotón con el ceño arrebatado y a los gordos sentados en la chata, todavía portando los revólveres en alto.

¿Vio la cara de Don Giusti, doña?... —dijo la más vieja— Seguro que se enojó porque el panadero no hizo las flautitas. Ay, mi Señor, qué día, qué día...

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