miércoles, 24 de septiembre de 2008

Aire

LA REVOLUTA - EPISODIO 16

El té estaba bueno. Doña Margarita contó a Prasky que dejaba los saquitos usados al sol para que la hoja recupere sabor por aquello del infrecuente acceso a mercaderías nuevas. Lo mismo hacía con el café. Y con los jabones: reunía los pedacitos de la ducha hasta que sellaban las juntas.

Prasky se entretenía con las ocurrencias prácticas de la mujer masticando un pelón seco y dulzón. Estaba de mucho mejor humor desde que supo que una persona con vehículo, su salvador, descansaba en su pieza. Ya no pensaba en el pueblo, la maestrita o Lopes, al que apenas confirmase su partida pensaba pasar a saludar. El portugués bibliófilo le había caído bien.

De espaldas a la puerta, no vio a los peones de Giusti entrar al bar y escurrirse, pesados pero silenciosos y furtivos, hacia el cuarto del patrón. Por costumbre, sabía que estará allí si no conversaba con la señora.

Giusti respondió al llamado a la puerta de sus hombres y les ordenó que aguardaran. Los gordos se apostaron bajo el sol, firmes como pilares, sudados aunque imperturbables. El estanciero salió somnoliento y pasó entre ellos hasta el baño sin decirles palabra. Dos minutos después, sus pelos lucían húmedos y peinados hacia atrás y un pañuelo le rodeaba el cuello y escondía el lazo bajo la camisa.

¿Qué hay? —inquirió cerrando la puerta del baño.

No mucho, patrón. Todo tranquilo. Lo del fondo están empezando a cosechar y todo lo peonetán trabajando.

¿Y los de Buenos Aires?

No vinieron entuavía... Dice uno ‘e lo capatace que podían iegá el lune o marte porque nuabía avión a la ciudá, y como sabían qui iovía por acá, mejor que no venían hasta dijpué.

El que hablaba era el gigante bigotudo que parecía alimentado con avena balanceada, kilos de matambre y vino barato. Tenía una cara inexpresiva, gorda, redonda, y manos de ordeñador o levantador de pesas, con dedos como salchichas. Miraba a su jefe evasivamente. No le sostenía la vista.

¿Traen las semillas nuevas?

Volvió a hablar el gordo, el líder de la manada.

No no ensupieron decí, patrón. Dicen que vienen con lo que usté pidió, nada .

¿Quién te lo dijo?

En La Begonia, Don Iusti, el capatá...

¿Y en las otras, las del sur?

A la otra estancia no pudimo iegar. La F82 anda medio floja y el camino era un barrial. El capatá no dijo que eios intentaron pasá con lo cabaio aier y casi se le va uno al piso. Ni lo animale se quedan parao, don.

¿Entonces?

No sé, patrón. Usté diga.

Giusti pensó un segundo.

Prueben ir igual —retomó—. Si no llegan, pasen la noche en La Begonia. El sol está calentando y para mañana va a estar más seco. ¿Está escurriendo bien para la laguna?

No sabemo. Nadie ‘e la estancia cruzó pa’l otro lao. Si hay barrial é porque no hay agua. El único que pasó por ahi fue Dugoni con el Ión Dír. Debe por eso que quedó el piso muy movido, Don Iusti.

Prueben. Si se mueve mucho, vuelvan a la estancia. Mañana pueden ir otra vez. Yo me quedo acá.

Hecho, patrón.

El sol estaba alto y crudo, sin las nubes que lo habían ocultado por la mañana. Si no volvía a pasar el aguacero, al día siguiente los gordos podrían cruzar la laguna, traer el lote de semillas para preparar la cosecha de segunda y Giusti retornaría sin novedad a la ciudad. Hizo un último comentario que fue una orden implícita de urgencias —“Eso es guita, carajo: nNo puedo perder más tiempo en esta miseria”— y los gordos se retiraron.

El estanciero volvió por el pasillo al bar y vio a Doña Margarita sentada con un extraño. Se detuvo para no incomodar hasta que recordó que la mujer le mencionó al tipo del cuarto, el porteño. No podía ser otro que él —aun arrugado, nadie vestía así en el lugar— y retomó el camino para presentarse.

No se levante —ordenó—. Bernardino Giusti, mucho gusto.

Prasky se incorporó igual y tomó la mano del viejo. La primera impresión: un tipo recio, seguro de sí, dueño de todo. Nota mental: sonríe sin sonreír y el tono de voz es impersonal.

Ezequiel Prasky, qué tal.

Don Giusti es del pueblo pero no vive aquí, joven —intervino la señora—. Es el hombre de la camioneta.

Me he permitido utilizarle el cuarto para echarme un rato —secundó el estanciero, y otra vez la voz fue informativa, nada especial—. Espero que no le moleste.

A Prasky no le molestó. Le interesaba irse y, receloso o no, tenía ante sí al dueño del único medio posible. Mejor seguir el juego.

Por favor, para nada... —exageró—. Total ya me voy, o eso espero —sonrió.

Está de paso, claro —dijo Giusti, resoplando un poco, desinteresado de la conversación, con la mente sobrevolando la camioneta de sus gordos, adelantándose al camino, revisando los campos por los aires y calculando earnings, profits & cost/benefits.

Más que eso, me quedé. Mi auto se desarmó cuando iba por el camino para la planta de Monsanto, a la que debía llegar ayer pero aun estoy a tiempo —lanzó Prasky—. Bueno, iba: me cambiaron el rumbo por diversión, parece. No ví un pozo y acabé en la zanja. Por lo tanto, aquí estoy, buscando cómo irme...

Por más que trataba de hacer entrar en confianza al tipo, forzando la amabilidad y la simpatía y suspendiendo frases inconclusas del aire, Giusti conocía esos juegos. El viejo disfrutaba sin que se le inflame una vena: había detectado la urgencia. Pero no dijo nada; le devolvió una sonrisa de compromiso —un espasmo milimétrico de la comisura del labio— y el silencio cayó del techo como una bolsa de papas gigante y explotó en el piso.

Disculpe, señor... —se decidió entonces Prasky, como si intuyera que perdía toda oportunidad— Doña Margarita... ella me dijo...

El joven necesita ir a la fábrica de semillas —dijo la anciana con decisión, comprendiendo la situación—. Yo le dije que usted estaba en la F82. Espero no haberlo comprometido, pero me imaginé que podía darle un tirón.

Giusti hizo una mueca, pero no por incomodidad o fastidio sino gozosa.

Si pudiera —acentuó—, con gusto lo haría. Pero, ¿sabe?, la semillera queda lejos y, más importante que eso, no tengo con qué llevarlo. Justito se acaban de ir los peones para las estancias y no vuelven hasta mañana a la tarde o a la noche y eso si consiguen hacer unas diligencias. Realmente es una lástima, pero lamento no poder darle una mano, muchacho.

Para Prasky, la impersonalidad permanente de Giusti era un fastidio, pero no podía cuestionarlo o enfadarse. Su argumento era correcto, hablaba directo y seguro y no dejaba resquicios donde asirse. Lo había fregado; lo estaban dejando tirado en el campo por segunda vez.

Bué, qué macana —se resignó—, pero igual le agradezco. ¿Sabe si hay otro modo de salir?

No hay nada —dijo el canoso levantando las cejas, fingiendo resignación—. A no ser que venga el cartero... —tentó, mirando a la mujer.

No, a ése le falta como un mes para llegar, si viene —respondió Doña Margarita.

Giusti volvió a su comportamiento impersonalmente diplomático.

Lo siento, amigo, pero va a tener que quedarse un día más. Espero que pueda estar a gusto. En este pueblo no hay mucho pero la gente es de buen corazón y cálida. Seguro que podrán atenderlo —dijo, y se volvió hacia la señora, que se levantaba de su asiento—. Doña Margarita, ¿le va a quedar un cuarto libre hoy para pasar la noche? Con la peonada fuera me tengo que quedar y esto es más cómodo que la estancia. Allá debe estar lleno de gente por la cosecha.

El único que está es el que ocupa el joven, don Giusti —informó apesadumbrada la mujer, girando sobre sus pies—. Yo...

Que lo use, señora, no hay problema... —interpuso velozmente Prasky—. Yo sólo voy a bañarme. Lopes me ofreció una cama en su casa. Puedo ir para allá.

¿Cama? La cama del gato será —corrigió la anciana.

¿Del gato?... —Prasky se sorprendió: ya había soportado a Crimen y Castigo escurriéndosele entre las piernas, pero dormir en su lecho no le satisfacía; odiaba a los gatos— La que sea, total es una noche. Disponga, Giusti —dijo retomando el diálogo con el estanciero—. Yo sólo paso a buscar mis cosas para que pueda estar tranquilo.

Le agradezco —respondió impersonalmente el otro.

No hay nada que agradecer —dijo seco y cortante Prasky, dejando ver por primera vez algún enfado—. Permiso.

Hizo un gesto indicando hacia el pasillo, dio la mano al hombre y saludó a Doña Margarita. Apenas hubo traspuesto la puerta del bar hacia el patio, el estanciero se sentó con la señora a la mesa que antes ella ocupaba con el porteño.

Monsanto no queda de paso —sentenció, imperturbable.

No... —dijo la mujer, adquiriendo el mismo tono que Giusti, como si sus conversaciones requirieran de un convenio coral—. Parece que se lo encontró a Chanquía en la ruta y él lo mandó para este lado. Sabe cómo es.

Giusti se rió socarronamente.

Negro de mierda. Mire que hacerlo perder al divino botón... ¿Pudo hablar algo con él?

Poquito. Estuvo casi todo el día en la biblioteca.

¿Con Lopes?

Sí, parece que la charla estuvo entretenida porque llegó hace unos minutos.

Giusti provocó un instante de silencio, suspendiendo los ojos. Levantó el índice e hizo gala de su desconfianza genética:

El que pasa por lo de Lopes y se queda es por algo —dijo—. Lopes es raro para este lugar. No coincide, no sé qué hace aquí.

Doña Margarita le conocía las mañas. Lopes no tenía ninguna importancia y ella sabía que Giusti lo sabía pero el viejo era territorial: ese pueblo era suyo.

No tiene dónde ir, don Bernardino —reconvino suavemente.

Cuento chino, Doña Margarita, cuento chino —dijo con más firmeza el otro—. Ya sabe, la verdad es que siempre me intrigó saber de ese tipo, aunque no es algo que me ocupe la cabeza. En fin —golpeó las manos en un solo aplauso, relajándose y relamiendo anticipadamente la respuesta a la pregunta:— ¿va a hacer algo de comer para esta noche?

Sopa de verduras, pensaba. Pero no sé qué quiera usted.

A Giusti le gustó la idea.

Ya que abrió el juego, si tiene una gallinita pa’ pucherear, me prendo. ¿Hay?

Siempre. Sólo tengo que comprar un poco de pan.

El viejo alzó las manos, todo un Pilatos, excusándose.

No me pida que vaya yo. Si Lopes es raro, el de la panadería es un marciano.

Ay, Don Bernardino, usted es muy desconfiado... —se quejó la dama— Son buenos chicos. Un poco cerrados, eso sí, pero usté sabe cómo es la juventud. Viven acá desde hace años. Nunca han hecho locuras de las que haya que lamentar mucho.

¿Cómo que no? —se extrañó Giusti— ¿No apoyaron a Saldaña con lo de la luz?

Eso pasó hace tanto.

¿Y lo de la semillera? —insistió.

Travesuras de muchachones... Vea, ya hemos hablado de esto muchas veces y no le veo el sentido a que se preocupe por tan poca cosa —cortó la mujer.

Tiene razón, pero no sé, no sé... —el viejo miró por la ventana y señaló a un lugar vació en la plaza— De no ser por usted... Vengo acá y por algo siempre me tensiono. O es el campo o no sé qué carajo. A lo mejor es el aire.

El aire acá es bueno —corrigió suavemente la mujer, con una sonrisa, tratándolo como a un niño enojoso.

No, Doña Margarita, no —dijo Giusti, con un tono más grave—. El aire de este pueblo es más raro que la mierda, qué no... No se olvide que nací acá. Llevo al pueblo en la sangre, carajo.

Pero no vive acá.

Por eso mismo me doy cuenta. Si no me hubiera ido a lo mejor terminaba como el loco del panadero o gastando plata en boludeces como Lopes. Debe ser porque están medio aislados que se les cruzan las ideas. Al final, van a terminar todos pensando igual, todos con el culo al norte.

La señora movió una mano como disolviendo la idea en el aire. Exageraba.

¿Ah, cómo que no? —insistió el estanciero— ¡Ahí tiene al panadero!

Sí, eso, el panadero, que es adonde tengo que ir porque si no usted no me come nada esta noche... —la señora le golpeó el pecho con el dedo índice: volví a retar al niño crecido, al hijo o a un nieto y Giusti comprendió.

Vaya nomás, que el pan es sagrado —sonrió, y volvió a escupir mordacidad—: Pero ande con cuidado, que no me la contagie. El panadero debe ser el que más contamina el aire.

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17 piquetes:

› Un piquete VIP de Anónimo

Giusti es un viejo jodido! Confirmado. Mirá que tiene mala leche, eh. Para mí anda con una agenda secundaria. Lo está estudiando a Prasky, cree que está en Estación Alicia por algo más. Capaz que es nomás agente de la revolución del panadero y nos tenés mareando la mona porque sí para destaparlo después.
Como siempre, muy buenos diálogos, Diego

› Un piquete VIP de Anónimo

Atento, nunca cambiaste la hora. Acá son más de las 3 y pico de la tarde y dice 11.25 AM

› Un piquete VIP de Anónimo

Me gustó pero tendré que leerla completa en otro momento para tener el hilo argumental expresado. Soy nuevo, es eso.

› Un piquete VIP de Anónimo

Felicitaciones por los rediseños de La Lettera y Vigilia. Me gusta la simpleza que les diste a ambos. ¿Los hiciste vos o contrataste?

› Un piquete VIP de Anónimo

Ustedes no saben lo que me hizo sufrir ese tipo. Sudé la gota gorda. Pero ahora ya estoy mejor y hasta podría contarles qué pasó pero la autocensura es mayor: si digo algo que al autor no le gusta me mata en el próximo capítulo abajo del tractor de Dugoni

Nunca escribía pero me animé, Gemelo. Qué tal el apodito elegido?

› Un piquete VIP de Unknown

Siempre hay alguien que se apropia del personaje en los blogs. Ya aparecerán los Giustis, Margaritas, Lopes y Anas insomnes. Y el panadero loco.
Como siemrpe, es un placer leerte, Diego
Saludos.

› Un piquete VIP de Anónimo

Mi abuela y mi vieja hacían lo de los jabones. Mirá de lo que me acordé con esto...
Giusti ya me cae como CFK, denso-denso

› Un piquete VIP de Anónimo

Vas a publicar Vigilia el viernes? Ya sé que no sabias ayer, pero ¿ya sabes ahora?

› Un piquete VIP de Anónimo

Y con lo del té en saquitos y la yerba al sol, ni te cuento. Eso era la vida universitaria.
Me gustó algo: incorporaste más referencias al diálogo y para mí eso da más impresión cinematográfica a las descripciones. Esas narraciones te salen muy bien, aunque a veces no tanto pero es lo usual de las novelas.
¿Editás el texto o estás subiendo directamente lo escrito?

› Un piquete VIP de Diego Fonseca

Ferguson: Gracias. Me muerdo para decirle nada de Giusti, che. (A propósito, su real-me estuvo genial anoche.) No cambié el setting de la hora. Me olvidé y tengo que ver cómo era.

Patricio: Bienvenido y tomate el tiempo. Los diseños los trabajé yo. No hay plata para contratos.

› Un piquete VIP de Diego Fonseca

Prasky: Cuente, que todos queremos saber qué viene. El nick está bien. Sólo faltan los demás personajes y estamos todos.

Pantaleón: No los entusiasme, a ver con qué terminan saliendo. Gracias.

Apellido: No comento de política aquí. Vigilia: 55% de posibilidades de que suba el viernes.

› Un piquete VIP de Diego Fonseca

Serrano: Muchas gracias por tus palabras. Temo incorporar demasiados señalamientos y sinéresis. Suelen frenar el ritmo de lectura y me asusta. No edito demasiado. Apenas simples retoques si veo que algo era demasiado exagerado. Igual, guardo una copia 100% intocada del crimen --del que sigo impune 10 años después, por lo que veo.

› Un piquete VIP de Diego Fonseca

By the way, Serrano, yo no veo este texto con tanta bondad como usted. Está "bien" en la escala de "pésimo" a "sublime".

› Un piquete VIP de Unknown

Sí, Giusti parece que va a ser un personaje central del asunto. ¿De qué depende de que el 55% sea 90% o 100%, Gemelo?

› Un piquete VIP de Corina

Realmente angustiosa la estancia de Prasky. Yo dejo el coche al cuidado de Lopes y me voy pitando leches de allí a pie, y luego planeo una venganza para joder al viejo.
"Hacerlo perder al divino botón" se diría por aquí mandarlo donde Cristo perdió el mechero. ¡Qué curiosa similitud!
Oye, no me dio tiempo a avisarte y enseguida me encontraste. Qué control!;D.

› Un piquete VIP de Diego Fonseca

Horacio: Ya es 100%. Hoy(jueves) terminé de escribir un capítulo. Extraño capítulo. Y mentalmente agotador, por los juegos que demandaba. Es denso, adviero. Sube mañana.

› Un piquete VIP de Diego Fonseca

Corina: Bienvenida nuevamente, le queda muy bien el nuevo nombre, che. La similitud del botón y el mechero son preñez de la misma vaca madre. No hacía falta avisar: ví que entraste desde el blog. Hice clic y voilá.

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