Tanto tiempo confundido
LA REVOLUTA – EPISODIO 22
Los Treinta y Tres Orientales bastaron para recuperar Montevideo de manos del ejército luso. Algo de eso debía pensar El Comandante Marx, que tenía esa noche diecisiete peones rurales armados con machetes de siega, seis azadas y dos revólveres herrumbrados con siete balas en total. Los palos abundaban pero nadie ha hecho una revolución como un cavernícola.
Con todo, ése era el Ejército Rojo de Estación Alicia y el Comandante Carlitos Trotsky no podía menos que sentir orgullo por él. Esos hombres eran su cosecha. Hasta Osvaldito Lenin, el ex ayudante gangoso de la verdulería, transmitía ese reconocimiento, exhibiéndose en su uniforme de pantalones blancos de panadero y camisa Levi’s de jean azul gastado, palmeando las espaldas de los peones. Les preguntaba en su media lengua qué les parecía el vestido. Los peones apenas lo miraban y soltaban risitas.
Al final de la tarde, Porchetito Marx repartió las insignias. Eran retazos de viejos sacos de harina. Lenin recortó pacientemente las espigas estampadas en las bolsas y luego las cosió en el centro de la arpillera. Marx adoraba el símbolo y se lo hizo saber a Trotsky. La revolución de Estación Alicia no comenzaba con hoces y martillos en el pecho sino con la mies del trigo junto al corazón.
Antes de la entrega de armas y escudos, Porchetito Marx se subió al mostrador de la panadería y le habló a su tribu, procurando encender el ambiente con el discurso.
—Dar de comer al que no tiene, devolver el campo a sus dueños. Esa es nuestra misión; éste, el momento, el que aguardamos por tensos largos años... —dijo acentuando las pausas para dotar de drama a la circunstancia— Años atrás, con el Comandante Trotsky encabezamos las protestas contra la invasión imperialista. No temo equivocarme si digo, camaradas, que ése fue el germen de la revolución. Debimos caminar mucho y esa fue nuestra larga marcha. Dos días caminamos, pero allí están las semillas de la división, camaradas. Allí está nuestro esfuerzo consumido. Nuestro trabajo diario, la mies segada... O, mejor, el tallo y la hoja de nuestra soja, porque trigo hace tiempo que no se planta porque rinde menos, claro... —Carlitos Trotsky le hizo una seña para que detuviera la disgresión y Marx aclaró la garganta— Bien, ese dinero, nuestro dinero, la plusvalía que nos chupan, está navegando rutas que ya no conocemos, rumbo a los bolsillos rapaces de los patrones...
El panadero tenía los ojos desorbitados: procuraba convencer antes con la actitud que con las palabras. Al frente, mirándolo desde abajo, Braulio procuraba ponerle atención. Era evidente la ascendencia del gigante sobre la peonada y Porchetto lo sabía. Braulio marcaba la pauta y debería ser luego uno de los comandantes del campo de batalla de la revolución. El magno, entregado, sacrificado jefe de un ejército del cambio.
Eso pensaba Porchetito cuando sus ojos cruzaban la línea visual del peón. Le llamaba la atención la firmeza de la parada, esa suerte de seguridad genética del campero. Tenía la pierna plantada sobre una silla y el panadero, dado a los símbolos, vio allí la rama uniéndose al algarrobo. Llevaba un machete en la mano y no ocultaba el gesto torvo de su desconfianza casi salvaje. Pero no tiene sentido pensar en eso, se decía Porchetito mientras arengaba. Si Braulio estaba ahí era porque adhería a la revolución, a su revolución. Estaba con él. Con El Comandante Marx, el ex panadero Porchetto, el olvidado alumno de la Facultad de Derecho de la Universidad de Córdoba devenido por fin transformador de la historia.
—Hemos esperado demasiado... —sentenció— mas nuestra señal está aquí: en este mismo pueblo, a pocos pasos de este Comité Central —señaló en el aire hacia donde se hallaba el hostal de Doña Margarita—, está el hombre que Buenos Aires nos envió para darnos las instrucciones finales del asalto. Lo hemos esperado meses, años, décadas, camaradas, y al fin está aquí. Los estrategas del Partido han decidido el tiempo exacto para nuestro movimiento y para nosotros está claro, por que lo está, verdad?... Bien, camaradas, amigos, laboriosos labriegos, ese momento ha llegado.
Los peones miraban a Porchetto y al imperturbable Braulio, que seguía mirando al panadero sin cambiar el gesto, a diferencia de sus hombres, que se hurgaban las narices y rascaban la nuca y la cabeza. El Comandante Marx bajó el tono de la voz hasta hacerlo cómplice.
—El camarada de Buenos Aires todavía no se nos ha manifestado. Permanece aquí de incógnito. Eso lo sabemos. Y lo sabemos porque el Comité Central del Partido, en la capital, nos advirtió hace mucho tiempo, con clara visión anticipatoria, como corresponde a todo esclarecido Comité Central, que su llegada sería sigilosa, que no habría euforias, que vendría como uno más... Lo ha hecho y con una excusa perfecta que no despierta dudas, camaradas: nuestro hombre ha llegado simulando un accidente en el camino y así se ha abierto las puertas del pueblo y evitado preguntas molestas, dudas, inquinas...
Marx entró en el tramo final.
—En poco tiempo más, en minutos nada más, mis queridos camaradas, conversaré con nuestro hombre, el camarada agente... Y mañana, camaradas, mañana, cuando el sol claree, será el momento final. Hemos debido adelantar los tiempos para aprovechar la presencia de un cipayo de la entrega en nuestra querida Estación Alicia... Es una oportunidad vital... Así que iniciaremos la revolución que nos devolverá la forja del destino a nuestras manos. ¡Mañana —se excitó Porchetito— comenzaremos a construir nuestro propio camino, lejos de la imposición, de la usura, del desmanejo! ¡Mañana retomaremos nuestras vidas! Los campos volverán a nosotros; el invasor se irá... La revolución triunfará sobre la opresión histórica... ¡Mañana, camaradas, mañana es el día!
Porchetito dio un pisotón en el mostrador y levantó una lluvia de harina. Con la sobreactuación final convocaba a la euforia de la masa, procuraba la summa de las confluencias. Era el segundo soñado y ensayado en la piecita del fondo durante años. Memorizado al detalle, gesticulado con precisión metódica.
Pero nadie respondió. Todos mantuvieron el mismo silencio distante y el rostro anodino y miraron a Braulio, que tenía la mano levantada.
—Discúlpeme, usté, Porchetto...
El panadero desarmó la pose de Duce que le había estirado el cuello y llevado la mueca de la boca a una exageración caricaturesca. No esperaba el silencio y menos pedidos de palabra tras tan brillante declamación. Se aclaró otra vez la voz.
—Comandante Marx —corrigió—... Mis tiempos de civil acabaron. Dígame, Braulio, ¿qué se le ofrece? —dijo preocupado, cuestionándose en silencio la ausencia de aplausos, vítores, abrazos y toda congratulación.
—Comandante, sí, lo quiquerái, pero ió no me lo veo diuniforme, vea. Pa’ sé jefe militar le faltan uno kilo y algo má de potencia en la vó, che... Pero, perdonemé, no é por eso que quiero hablarle, ¿cómo dijo quiera que queríai que lo iamáramo?.
—Marx, Comandante Marx.
—Don Mars, sí... La muchachada —señaló en derredor Braulio—‘tá porque queremo saber ánde vamo, denserio, eh. No andemo con gilada, vea. El Carlito y el Ovaldito no trajieron...
—Los comandantes Trotsky y Lenin, por favor —interrumpió Marx, marcial, procurando recuperar la impostura—. No nos olvidemos de eso: ya no hay civiles.
—Como vó querái. Trosti, Leni, Mars,‘tá bien, no calienta. El asunto é que no no me queda muy claro todo este quilombo. Así que aclaremo pa’ que no ocurezca endijpué y vaiamo contando lo poroto: ¿qué carajo quiere hacé, en pocas palabra?
Los peones asintieron con la cabeza.
—La revolución, camarada. Creo que eso está claro —se contrarió Porchetito.
—Una jota, qué va... Ió te pregunto porque la revoluta éta no sé pa’ qué é. Si vinimo é porque el Carlito... Trosti, perdón... no dijo que lo campo iban a sé pa’ la muchachada. En eso ‘tamo perfeto. Y que ganemo má plata también, porque no pueser que no toreen con do mango. Hastái vamo, pero, ¿qué me‘tái diciendo de esa cuestión de la semiiería?
—El imperialismo norteamericano, los dueños del dinero, quienes se llevan nuestra plusvalía... —intentó explicarse el Comandante.
—Ahi volví a perdeme, che... ¿Por qué no hablái en casteiano, carajo?
Porchetito saltó del mostrador y caminó hacia el centro del salón hasta ponerse a tres pasos del peón. Sabía que debía ser paciente; no todo mundo poseía una mente esclarecida como la suya. Se le ocurrió algo. Fue por ese camino..
—Decime, Braulio... ¿Vos querés laburar para vos?
—Claro, si se puede, sino pa’ un patrón que pague lo que debe pagá —respondió el peón con naturalidad y sus compañeros, nuevamente, asintieron.
—Los patrones no te van a pagar lo que valés y eso lo tenés que tener claro desde que trabajás en el campo, viejo —retomó Porchetito, que de inmediato supo que ese viejo lo hacía informal, un error en un líder comunista de vieja guardia como él; así que se tornó más ceremonioso—. Ustedes van a terminar enterrados en la misma tierra de siempre, los campos de la expoliación, sin nada para sus familias, si las tienen o les queda, pues ningún dinero volverá a ustedes mientras el imperialismo...
—Pará, ¿la semiiera é el...? —quiso asegurarse Braulio.
—Sí, la semillera... El imperialismo no da concesiones, camarada. ¿Alguno recibió más de lo que esperaba por trabajar más horas, por dedicar más esfuerzo a cada cosecha? Respóndanme eso.
Braulio dijo que “no”; los demás lo siguieron. Marx notó la hendija. Encaró.
—Pues así estamos. Únicamente si tomamos el control poseeremos la dirección de nuestras vidas. Controlar la producción, caramadas, es controlar el capital. Con el tiempo, poco tiempo, hasta habrá mejores escuelas, un hospital, un almacén con alimentos decentes. ¿Cuántos de ustedes no compra ropa nueva desde hace un tiempo, cuántos dejaron de fumar por falta de tabaco, cuántos han perdido lo que tenían? ¡Todos! —toreó.
La sala ahora asintió más fuerte, sin esperar a Braulio, que miró en derredor, sorprendido por la reacción espontánea que lo había dejado al costado del circuito.
—De todo eso se trata el imperialismo —siguió el panadero—: chuparnos la fuerza, hacernos más débiles, olvidar nuestras necesidades y, al final, perder la fe en nosotros, camaradas.
La sala volvió a murmurar. Braulio se incomodó: sus peones ya no lo esperaban para responder.
—Braulio... —se inclinó entonces Marx, bajando la voz, y puso puso una mano en el hombro izquierdo del gigante mirándolo compasivamente a lso ojos— Usted es parte de esto, amigo mío. Usted tiene las mismas necesidades que ellos, que todos... Ha lacerado sus manos con el cuchillo, la azada y el fierro...
Porchetto acentuaba, estiraba y comprimía los silencios para reforzar la oratoria.
—Ha sido mordido por los perros. Ni el tractor ha podido usar para ir más allá de la laguna, pues siempre le dijeron que no tenía suficiente combustible para ir, mi querido Braulio... ¿Y era así? No, mi amigo: el tractor lo usaba el capataz, pero no se lo daban a usted. ¿Por qué? Porque el capitalismo soez alimenta privilegios y divide las clases. Por eso, ¿Quiere seguir en esa vida, mi buen hombre?...
El peón alivianó la carga de las cejas en la frente. Vacilaba; Marx lo tenía listo para la estocada. El toro doblaría las manos en segundos.
—Usted, permítame decírselo, mi querido Braulio... Créame... Usted es el hombre que más lo necesita, porque usted es-el-Hombre, con mayúsculas, que nosotros necesitamos...
El peón miró a los lados, abrumado. Marx volvió al énfasis.
—Toda esta gente —señaló en círculo, acercando la cara más a la del peón—, toda esta gente tiene necesidad de usted. Ellos han sabido reconocer su hombría, su voluntad, su carácter de hombre de bien... Usted, Braulio... Usted es el-hombre-de-la-revolución... Usted, mi querido amigo, y siéntalo profundamente, aquí —le tocó el pecho—, usted es quien cambiará las cosas...
El peón se frotó la cara con las manazas. Estaba compungido. Marx hizo una pausa durante la cual comprobó el estado del campamento: el silencio era toda expectativa. Cada persona allí aguardaba la respuesta del gigante, que finalmente habló, titubeando.
—Mirá vó lo que me decí, che... Parece que... Yo... Viví tanto tiempo confundido...
Braulio bufaba como un toro. En pocos segundos pasó de la parálisis a tomar un grueso sorbo de aire, mirar a su gente y comprobar que sus ojos estaban, todos uno, posados sobre él. Volvía a ser el centro de atención, a quien todos esperaban: cómo, cuándo, dónde actuar, viejo Braulio. Los brazos al costado de su cuerpo se tensaron entonces y el peón cerró los puños y sus venas volvieron a empujar la sangre a raudales.
Abrió la bocaza:
—Ma’ sí, que se vaia todo a la mierda... —se liberó— ¡Viva la revolución, carajo!
Los machetes trazaron semicírculos y chocaron sobre las cabezas de la concurrencia con un ruido que debió perforar las paredes del vecino. Un centelleo de chispas se repartió por el aire cargado.
13 piquetes:
Porchetito tiene mucho de Quijote y Braulio y los demás de Sancho Panza.
Muy poético: "La revolución de Estación Alicia no comenzaba con hoces y martillos en el pecho sino con la mies del trigo junto al corazón".
Veremos cómo sigue esta quijotada.
Viejo, asi no se puede hacer una revolucion. Como ya vieron, tengo que estar haciendo inteligencia emocional todo el tiempo. Primero con los tarambanas de Trosky y Lenin y ahora con este Braulio. Mañana me tengo que dedicar al pueblo entero. NO se puede cambiar las cosas si no siguen a la vanguardia esclarecida, che.
Un capitulo escrito con dulce de leche. Si no te conociera diria que sos una especie de meloso novelero pero como te conozco puedo decir que sos un meloso novelero. Todavía me estoy riendo solamente pensando como te estaras riendo al recitar esto en voz alta como si estuvieras en un concurso de retorica, ja. Mucha ironia.
Me encantan estos cliches dulzones y pateticos:
"Tenía la pierna plantada sobre una silla y el panadero, dado a los símbolos, vio allí la rama uniéndose al algarrobo."
"La revolución de Estación Alicia no comenzaba con hoces y martillos en el pecho sino con la mies del trigo junto al corazón"
Por dios, hacete analizar el nivel de azucar en sangre, ja.
Adelante, master
Te segui ayer en La Lettera pero escribias tanto que me dio fiaca postear nada.
Tiene razón la Turca. Todo el discurso de Marx es un chiste. Se me pasó por la cabeza Emir Kusturica en "Gato Negro, Gato Blanco" (o es al reves?). Y pensaba en la situacion con todos tonos recargados, colores exagerados, caras deformes como las que usa Kusturica.
No sabés lo que me reí.
Parsimonia
Eso.
Comandante Porchetito
¿Y si la vanguardia esclarecida oscurece?
Turca y Madurita
Gracias. Era la idea. Creo.
Vicky en el Cielo con Amantes
Esa idea es todavía más próxima. Siempre imaginé los personajes exagerando sus rasgos. Por allí me siento más cómodo, en la sobredimensión (algo calculada, sí) del rasgo.
"el invasore se irá..."
La "e" es intencional?
Estoy con resaca electoral leyendo mas de las elecciones que literatura.
Ya vuelvo.
Con ese ejército, el futuro de la revolucion esta cantado: fracaso. A no ser que empieces a meter twists y ahi ya no sé qué pasa.
Como siempre, manejás muy bien los dialogos pero en este caso lo sentí un poquitín extenso.
Ciao.
Estos tipos están de la cabeza. Van a terminar todos hechos pelotas pero no por la contra sino porque son imbéciles. UNo más tarado que el otro. LO leés y te dan ganas de sacarlos a patadas en el tujes por pavos.
POr qué no subiste Vigilia hoy, Diego?
Buen fin de semana a todos.
Chango y Nieto
No era intencional. Typo corregido, gracias.
Piquetero VIP 23
Te sigo esperando...
Matapalomas
Quizás haya un twist. Sí, es posible que esté largo.
Bonete de Horacio
Si el comentario significa que está bien logrado, perfecto. Si no, estoy en problemas porque es un sancocho.
¿Por qué no La Vigilia hoy? Por sobrecarga laboral. O la subo el fin de semana o la semana próxima. Gracias por preguntar.
Un discurso bastante flojito y lleno de lugares comunes el del comandante. O leyó mal u olvidó todo.
Gemelo, vi que pusiste "News" en EGM. Me gusta la idea porque permite "dialogar" más. De lo contrario es ver lo que ofrecés y despues "conversar" en los comentarios, que no es facil. (no sé por qué uso tanta comilla)
Tambien estuve fuera en la semana y eso me impidió que participara mucho.
Felicitaciones por lo hecho el 4 de Noviembre. Fue excelente. Me gustaron las crónicas. Buena idea pq no podés competir con los medios en informacion y tenes que diferenciarte. Muy pero muy bueno. Harás algo para el 20, cuando asuma Oprahma (qué buen nombre!)?
Emperador Pedro
O ambas cosas y ninguna.
Muriel MM
Gracias. Las News hacían falta. De lo contrario, era postear y olvidar el sentido de comunidad bloguera. Aterriza más el contacto, digamos.
No sé si haré algo el 20. Como pintan los próximos dos meses, quizás no tenga tiempo.
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