La capitulación de Dios
LA REVOLUTA – EPISODIO 18
—Puta madre.
Prasky se encerró frustrado en el cuarto con un portazo. Sin la camioneta de Giusti se complicaba la salida. La próxima oportunidad sería a la noche siguiente, siempre y cuando volvieran los peones del estanciero de la recorrida por los campos.
Echó una rápida mirada al cuarto y vio todo tal cual lo había dejado al momento de marchar a casa de Lopes. La cama estaba tendida con prolijidad, lo que indicaba que Giusti era un hombre cuidadoso. Aunque, demasiado respeto, ¿no era también especulación?
Fue hacia la mesita: el celular seguía muerto. La sorpresa grata fue hallar las ropas del día anterior limpias, perfumadas y planchadas. Se sintió agradecido con Doña Margarita. Olió una camisa y era una mezcla de sándalo y carbón, seguramente de la plancha.
La noche empezaba a ganar terreno. Se tomó un tiempo para acomodar algunas ideas echado en la cama, atento a no dormirse. No deseaba que Giusti entrase al cuarto y lo sorprendiera todavía allí. Sería incómodo y no pretendía molestar al viejo.
—Más vale hacer todo bien o de acá no salgo.
Si el domingo le daba tiempo, dijo, probaría llegarse hasta la panadería.
—La Espiga Roja, qué nombre... Un comunista en un pueblo de doscientas almas. Y Lopes, culto, portugués y perdido en Argentina. Y el verdulero de la radio. Y la luz ausente... Tan increíble como un montaje ex profeso. ¿Cómo podían vivir tanto tiempo sin conexión con el mundo real? ¿Por qué no hacían nada? ¿Qué había en esa pasividad? Parecía que renunciaran a todo. Y Lopes...
Recordó a Lopes contando que intentaron reponer el tendido eléctrico y hasta compraron un transformador a gasolina pero los cables y el generador desaparecieron. ¿Quién? La pelea sindical era demasiado poca excusa. Las personas no viven atadas al pasado tanto tiempo. O, se dijo, eso pasaba en un escenario distinto a ése. En la ciudad, por ejemplo. A él no le faltaban luz, ni radio o TV, menos un taxi dispuesto o la oportunidad de leer el diario e ir al cine. O usar internet. ¿Cómo vivían sin internet? Hasta Lopes se entusiasmaría si le contase de internet. Quizá al otro día se lo dijera.
Sin embargo, en la extrañeza, todo resultaba de algún modo comprensible. Los pueblos pequeños se hunden en un mar de zargazos si nadie les pincha ideas. Prasky creía que esas cosas habían quedado en el pasado. Ya ni había cuentos de pueblos fantasmas en las ciudades. Qué iba a haber... La gente piensa en Prada, en el último modelo de Audi o BMW. En la costa abundan las marinas y los veleros de paseo. Hay Play Station. ¿Y la biotecnología? ¿Sabrán algo de la transgénica, del algodón BT, del barrenador del tallo? Viven en el campo, algo debían conocer. Pero, ¿cuánto?
El tiempo vio a Estación Alicia una vez, se asustó y salió corriendo, se dijo Prasky. La noche tiene miedo de la gente y el día asoma el sol como un pájaro tímido. Por cierto, quizás hasta el viento ahora pida permiso para entrar y luego ruega que una nueva ráfaga lo saque de allí a empujones. Tiene miedo de quedarse: dejaría de ser viento y pasaría a ser el aire que se respira a diario. Que debía ser un aire raro, contaminado a su modo.
¿Qué aprenden los chicos aquí? La maestrita —¡hay una maestra!— debe vivir de esas soledades acidificadas que te devoran por dentro. ¿Qué hace aquí? ¿Qué hacen aquí? En menos de un día podrían acabar con la costumbre, subirse al tractor del gringo Dugoni y salir de acá. Cuarenta, cien viajes, los que hagan falta. Olvidarse del olvido, llegar a alguna ciudad, un pueblo, algo más grande. Con luz. Sería un renacimiento. O nacer por primera vez. Todo de nuevo, todo a nuevo. Capaz que se hacen famosos y los investigan en las universidades: la extraña gente del pueblo sin luz.
Lo interrumpió el toc-toc en la puerta y se dio cuenta que andaba amodorrado. Todas esas ideas eran el asfalto al sueño. El toc-toc era de Doña Margarita: quería saber cuándo se daría la ducha y partiría. Ella echaría algo de leña a la caldera y le dejaba una toalla y un jabón, otra obra de arte de pedacitos pegados entre sí.
Despidió a la señora, tomó sus cosas y marchó al baño. Se cambiaría allí para evitar el encuentro con Giusti. Sí, mejor no hacer nada mal. Tenía que salir del pueblo. Debía hacerlo porque las ideas se le apelotonaban como tapándole el sentido. Nunca antes había dedicado tiempo a pensar demasiado en los lugares que visitaba y ahora se le estaba haciendo omnipresente uno donde había encallado. Sí, necesitaba irse. Aceptaría la oferta de alojamiento de Lopes, conversarían algo más. Le contaría de internet, del Play Station, de los presidentes intercambiables como calzoncillos y de las crisis intercambiables como corpiños. Y de biotecnología. Todo en una noche, su última noche en Estación Alicia. En el calor y el abandono. Porque él creía que ya se iba. Sí, eso creía.
***
Domingo, día del Señor. O sea, día de iglesia en cualquier pueblo.
Lo que en Estación Alicia llamaban iglesia había sido alguna vez una capilla y tiempo antes el hogar de un cadáver actual. Era un recinto cuadrado y estaba a la vuelta del bar de Doña Margarita. No tenía cruz; no era necesaria: todos sabían que estaba allí. Ese domingo, en ese lugar, en un tiempo que parecían ser las once de la mañana, se reunió el pueblo.
La casita tenía lugar para veinte personas sentadas y cada una de las sillas de madera dispuestas tenía un ocupante, como también los espacios que hacían las veces de pasillos y los costados de las puertas. Al frente, una mesa con mantel blanco bordado fungía de altar. Más atrás, la única cruz de la iglesia, de madera, portaba un Cristo de yeso. Sobre unos estantes a la izquierda ardían diez velas. No había más escenografía; tampoco cura.
Un gringo de las sillas del frente se se adelantó y abrió una Biblia de tapas marrones. Así comenzó el oficio. Leyó salmos de Lucas, la multiplicación de los panes y el episodio de Jesús con los mercaderes del templo. Ni orden ni sacralidad regían el encuentro. La misa en Estación Alicia era una comunión necesaria, un punto de reunión más que una ceremonia religiosa con todas las de la ley.
El cura abandonó el pueblo después de que Saldaña cortase la luz obedeciendo a una orden superior. Por alguna razón que excedía a la comprensión de la gente, el obispo había dispuesto que Dios carecía de horas extras para dedicar a Estación Alicia. Sin luz, no había voluntad, dictaminó el Altísimo desde la cúpula del universo. La iglesia decidía abandonar a su suerte a esos pobres hijos de la tierra como las personas dejan las casas que se vienen abajo. Parecía un sino trágico: el pueblo quedaba más solo que nunca porque ni el Dueño de la Eternidad se apiadaba de él.
El cura, un anciano gastado y terco, ofreció una sencilla explicación de la capitulación de Dios durante su última misa. La Iglesia, dijo con una impostación que destacaba la mayúscula, le había encomendando una nueva misión. Tenía para sí nuevo destino en otro pueblo de Dios. El Señor seguiríacon los alicianos, como su fe y corazón, que jamás los abandonarían. Es todo cuanto pudo o quiso decir. Finalizó con un “amén, Dios se apiade de vosotros”, cerró la Biblia, hizo la señal de la cruz y se fue por el centro de la capillita. Nadie preguntó por qué los dejaba. Nadie en un pueblo cuestiona al cura, y menos allí, aunque éste fuera la última conexión con el más allá terreno y suprahumano.
Los pueblerinos dejaron pasar varios domingos sin misa. Apenas los más viejos, con Doña Margarita entre ellos, seguían yendo a limpiar y mantener ordenada la capilla. Eso era lo más parecido a la esperanza por el regreso de un sacerdote o la búsqueda de que Dios se distrajera y les echase una mirada. Más de una vez, parados en el centro de la casita, los ancianos aprovechaban para rezar un rosario entre escobazos y plumereadas.
Esa fue la única práctica que permaneció con alguna propiedad ritual gracias a la reiteración de las ancianas. Con el tiempo, poco a poco y por imitación o porque no tenían más que hacer, otros feligreses volvieron a la parroquia y acompañaron a las señoras en el rosario. Así pasó que la capillita volvió a llenarse y las sillas salieron de su descanso para recibir nuevamente los culos viejos. Uno de esos días, una señora tomó la Biblia y leyó algunos pasajes. Primero surgió un murmullo condenando la herejía pero con las semanas la resistencia se redujo hasta hacerse normal que un feligrés se apropiara de la palabra del Señor y la fumigara sobre la audiencia.
Así, cada domingo y por veinte años. El tiempo, dicen, vence a las instituciones.
8 piquetes:
Ja ja
Ni Dios se queda ahí. Buenísimo.
Che, qué complicado que se hace leer novela por internet. Se pierde el hilo de la novela, creo yo.
Este Prasky muere ahí y sin extramaunción.
Mirá que tiene que ser denso el pueblito para que hasta el Altisimo capitule... Estoy atento a la nueva derivacion: ahora se vienen episodios religiosos? A qué debo atenerme, Gemelo?
"el pueblo quedaba más solo que nunca porque ni el Dueño de la Eternidad se apiadaba de él"
pobre gente. nada mas les falta una bomba h para terminar todo. y hasta es mejor porque solucionaria todo
hay un "se se" doble por ahi
Ahora es cuando Prasky se va haciendo preguntas y se va asustando de verdad. Teme no poder salir del pueblucho y siente extrañeza de la pasividad de esos habitantes flemáticos.
Curiosa la equiparación de los presidentes a los calzoncillos y la crisis a los corpiños. Prendas asociadas al género de los sustantivos y al de los usuarios de las prendas.
Al final, creo determinar que Prasky considera mejor las crisis que los políticos. Quizás analizo demasiado o mal. No sé.
Por otro lado, ¿fue la costumbre la que resucitó el oficio eclesiástico o la necesidad de mantener fe? Aunque si lo pienso ¿fe en qué? ¿Tienen algo por lo que luchar? Quizás intereses particulares, individuales, pequeños y mezquinos que se hacen grandes e importantes en un pueblo hueco.
El tiempo vence a las instituciones... Sí, pero deja la semilla para que, en condiciones apropiadas, vuelva a surgir como Clematis.
Eva
Antes que nada, esta es una semana atípica para mí por lo que mi ausencia ha sido algo notoria. Gracias a los emails que preguntaban en qué me había metido: nada grave, sólo en más trabajo. (Pueden volver cuando quieran y comentar aquí, opinadores-de-correo.)
La semana próxima prometo mayor compromiso. Este viernes actualiza “La Vigilia” y el lunes, un nuevo texto breve —los candidatos se titulan “Wolf” y “Zaratustra”.
A los bifes:
Ana Lía
Creo que el tipo tenía cosas más importantes que atender. (No sé qué responder a un comentario así, Ana.)
Comandante
No lo niego, es complejo. La pauta la da que los comentarios caen cuando publico las novelas y suben con los textos breves. Y encima no tengo mucho sentido del humor como para atraer. No sé hacer piruetas, tampoco. Y no voy a reescribir el texto. Habrá que tenerle paciencia a la letra muerte, Porchetito.
Chango
Evidente pero bien resuelto comentario, don Nieto.
Prasky
No te atengas a nada. Por como pinta la historia, lo mejor es que te vayas de ahí ya mismo. No, no hay episodios religiosos pero sí ciertas religiosidades y esoterismos van a aflorar. En breve.
Catalina Marchita
Tenés razón con la duplicación del “se”. Ya la quite. Si ven más errores de tipeado y demás, avisen.
Eva
Por lo visto, ya elegiste tu nombre definitivo…
No había notado la elección genérica de calzoncillos presidenciales y brassieres críticos. Qué bueno que te tomaste el trabajo de leerlo de ese modo: una casualidad que adquirió otro sentido. Muy buena la aproximación a sus preferencias: Prasky se enreda en los diagnósticos y no cree demasiado en las soluciones —o en quienes dicen proveerlas. Ese segmento podría ser autobiográfico, pero si lo es proviene de mi inconsciente subconsciente.
En cuanto a la duda respecto de costumbre y fe, escribí esto hace tanto tiempo que también yo me lo pregunto pues lo he olvidado. Lo juro. Quizás cuando lo escribí me inclinaba más por uno u otro, pero hoy tengo una sola posición: dudo. No lo sé, sinceramente.
La historia de la humanidad demuestra que la institucionalización siempre triunfa, por algo tenemos la cultura.
Che, si entrás al blog con Explorer se ve fatal. Todas las letras grandes, feísimo. Uso siempre Firefox pero hoy usé Explorer y es una garcha total.
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