martes, 24 de junio de 2008

Traveling Without Moving / Como un caserío

LA REVOLUTA - EPISODIOS 1 Y 2

Más idiota no puedo ser.

Ezequiel Prasky mira el Fiat clavado en la cuneta. La trompa hundida en el agua rosada removió el hedor en reposo. El suero de chanchos nunca huele bien. Ahora la podredumbre flota en el aire con vocación magnánima.

Fue apenas un descuido. Prasky se estiró para cambiar el CD en la compactera y una goma mordió un pozo. El único de la ruta, el ojo de un cíclope. En un par de segundos, el coche torció violentamente a la derecha y cayó de frente en la zanja. El aire se envenenó de inmediato.

Hasta allí, el camino rural era suave como una mesa de billar. El Fiat Uno volaba sobre el palmo a ciento veinte kilómetros y Prasky iba relajado. Disfrutaba la brisa fresca de la pampa en la cara. En la compactera sonaba Jamiroquai, “Travelling Without Moving”.

Pero apareció el pozo y, con él, la desgracia. Y la demora. Prasky había desoído los consejos de McManaman, el editor de la revista de biotecnología en la que trabajaba en Buenos Aires. El escocés, un tipo alto y huesudo, casi sin pelos, con unos ojos como navajas y tan cauto como sarcástico, había insistido en que se guiase con el mapa que las prenseras de Monsanto le enviaron por fax. Con él, le dijo, llegarás sin problemas. No hagas lo de siempre, que siempre acaba mal.

Lo de siempre” era la propensión de Prasky a hacer planes de viaje propios zurcidos con una lógica incomprensible. La propia. Si el sentido común dictaba doblar a la derecha y luego a la izquierda, él seguiría recto. Creía que así hallaría una diagonal para acortar distancias.

Al cabo, terminaba demorado y, en el peor de los casos, extraviado. Esta vez bastaba seguir el detalle de rutas del mapa, complejo pero preciso, para llegar a tiempo a la presentación de la semillera en Las Lunitas, en el sur del llano cordobés. El coche en la zanja era la prueba de la nueva mala elección de Prasky. O de una sucesión de ellas.

Una vez que dejó atrás el límite entre Buenos Aires y Córdoba, se detuvo en una estación de servicios Shell y compró una guía de rutas provinciales. Comió un sandwich de jamón y tomó una Coca-Cola y estudió el mapa rastreando un atajo al trayecto sugerido por Monsanto.

Lo halló, o eso creyó. Seguiría el mapa oficial hasta un desvío a mitad de camino. Luego cortaría por caminos vecinales y rurales. Los atajos, calculó, le harían ganar hora y media de viaje. Iba a llegar más temprano, así que podría descansar algo antes de las actividades. Cenaría al caer la noche, algo liviano.

Nada de eso ocurriría. A poco de andar, Prasky confundió los accesos y acabó rodando, ida y vuelta, por caminos de tierra sin nombre ni número. Lo salvó un peón de campo. Era un morocho que dejaba pastar un zaino a la vera de una ruta. Prasky estacionó el Fiat Uno y el peón se le acercó solito. Muy simpático, le ayudó a dar con una salida. Sonreía con cada indicación.

Debía buscar un cañadón, dijo sonriente, el único de la zona. Después bastaba con seguir hasta el cruce con la Ruta Nacional 158, volvió a sonreír. Son unas cuantas leguas pero desde allí podría retomar el mapa de Monsanto y llegar a la planta sin inconvenientes, terminó, con otra sonrisa.

Prasky estimó que los errores le habían hecho perder cuarenta de los noventa minutos de ahorro que calculó inicialmente, pero si pisaba el acelerador podía recuperar bastante. Agradeció al morocho y salió.

No iba nada mal hasta que llegó el pozo. Y con él, más problemas.

Tras caer en la zanja, el motor del auto se fue ahogando con un zumbido de panal. Mientras sucumbía, el agua se filtró por la puerta semiabierta del lado del acompañante y se escurrió adentro de la trajera, arruinando la ropa y el teléfono celular de Prasky.

En pocos minutos, el coche acabó la agonía. Un silencio de pompa fúnebre ganó el aire, cortado apenas por los últimos silbidos de unos pájaros y las conversaciones de los insectos. Sólo la pampa oceánica de soja se quedó haciendo compañía a Prasky. La tarde también se había ido.

Buscó orientarse. Miró a los cuatro puntos cardinales esperando divisar alguna nueva ayuda como el peón del camino, pero no había nadie allí. Parecía que la humanidad se había ido a vivir a otro planeta.

Mucho no podía ver. El camino estaba hundido en la tierra y los sembradíos quedaban por encima de su cabeza. El desnivel lo dejaba ciego, y no lo salvaría subiéndose al techo ni al capó del Fiat Uno. El auto estaba inestable y lo abollaría más. La mejor manera de hallar referencias , pensó, era trepando al alambrado.

Salvó la cuneta tapada de agua servida de un salto y consiguió aferrarse firmemente al alambre, pero la soltó en menos de un segundo. Era alambre de púas y los pinchos se le hundieron en la carne de las manos. Entre el dolor y la reacción espontánea, Prasky olvidó que detrás de él ya no había tierra, sino la zanja con suero. Cayó al agua hedionda como un muñeco desarticulado.

Más idiota no puedo ser.

***

Después de bajar a todos los santos para insultar al campo, las púas, el pozo del camino, el charco asqueroso y su propia y puta suerte, trató de recuperar la calma y resolver la crisis. No había muchas alternativas. Peor: no tenía casi ninguna. La bocina del auto estaba muerta y el sistema eléctrico del Fiat Uno no funcionaba. El celular olía a cerdo y no tenía señal. Estaba en medio de la nada sin conexión con el mundo.

No tenía más remedio que caminar hacia algún lado en una recta interminable y desconocida, adentrándose en la garganta oscura de la noche pampeana. La idea era desoladora, le hacía temblar las piernas y hasta le aflojó el estómago. La boca se le secó antes de dar el primer paso.

Pero los milagros, o cosas que los hombres llaman así, ocurren. Cuando Prasky se disponía a iniciar la senda, una tímida luz bamboleante se asomó en la lejanía. Mejor sería no moverse. Pasaron varios minutos, cientos en su cabeza, y la luz se hizo más y más grande. El alivio le devolvió el color y le recompuso los intestinos cuando el faro llegó hasta él. Era un tractor John Deere del año de la pera. Tuerto.

El conductor, un gringo simpático, abrió la puerta de la cabina y lo invitó a subir. No dudó. Echó una última mirada al Fiat Uno y saltó al estribo de la máquina. El tipo podía ser su salvación aunque llegase tarde a la semillera. Eso podía resolverlo. No tendría más que llamar a Monsanto y pedir que lo buscasen apenas el gringo lo dejase
en el primer indicio de civilización.

Cumpliría con la presentación, pasaría el fin de semana en el campo y volvería victorioso a Buenos Aires. Victorioso, pues mentiría a McManaman. Le contaría que su plan de viaje personal había sido una decisión acertada, la confirmación de que las dudas del jefe sobre su incapacidad logística eran superchería de escocés borrachín. Una mentirita blanca, menor, suficiente para salvar el honor y taparle la boca al otro.

A Prasky le tomaría menos de una semana descubrir que la invención era fútil.

***

Estuvieron sin hablar un buen trecho. Prasky aprovechó para acomodar la trajera y el bolsito de cuero en la pequeña cabina del John Deere. Sus ropas olían mal pero al otro no parecía importarle. Silbaba. Debía estar acostumbrado. En el campo la gente se la pasa en los chiqueros y pisa la bosta de las vacas como si fuera la mismísima tierra. El orín de los caballos y los gatos debía resultarle parecido a esencia de flores silvestres.

Al cabo de ese rato, cuando la silbatina del conductor lo agobió, Prasky inició la conversación. Nada especial: le agradeció al gringo la gentileza y le preguntó si iba hacia algún pueblo próximo.

Ahá —dijo el hombre.

¿Queda lejos?.

, qué va... ¿Venía juerte? —se interesó el otro, dando un golpe de cabeza, como señalando al auto que habían dejado atrás.

No... Bah, sí, bastante. Me comí un pozo de puro confiado. Casi me rompo la crisma.

Hay que andá con cuidado porque esto camino no son moco ‘e pavo. Usté no é de por acá, ¿ah?

De Buenos Aires. Me llamo Ezequiel Prasky.

Dionisio Dugoni —le extendió la mano—. ¿Y quíace por acá?

Iba a la semillera.

¿Cuála?

Monsanto.

Uhhh, eso ‘tá lejo, don.

Me imagino. Oiga, ¿habremos pasado el cañadón ya?

¿Ah? —se sorprendió el viejo.

El cañadón... Hay un camino por el cañadón, debía estar por acá. Yo estaba buscando el cañadón cuando se me jodió el coche.

Disculpe, don, ¿pero el qué?

El caña... —Prasky se detuvo: ¿acaso algo andaba mal?— Perdone, pero, ¿no hay un cañadón por acá?

Nop, por acá nuay ningún cañadón —respondió el viejo sin inmutarse.

¿Cómo que no? Si eso le había dicho el moreno varios quilómetros antes de dejar la trompa del Fiat Uno bebiendo líquido podrido.

¿Cómo que no? Un tipo en un campo me dijo que había uno, que tenía que doblar por ahí...

¿Qué tipo?

Un peón, un morocho que estaba en un campo... Tenía un caballo comiendo cerca de la ruta, a unos kilómetros de acá. Fue el único tipo que encontré. Acá no hay un alma en qué sé yo cuántos kilómetros a la redonda.

¿Un morocho quianda en un zaino? —quiso saber el gringo.

Prasky no tenía demasiada idea.

Bueno, no conozco mucho de caballos pero puede ser. Pastaba en el campo. Lejos de aquí, no sé qué más decirle...

El Negro Chanquía —sonrió Dugoni.

Prasky se encogió de hombros. ¿Quién era? No conocía al sujeto, claro. Dugoni inició un monólogo.

Chanquía, el Negro Chanquía —arrancó—. É el cuidador diun campo diun consorcio agrícola de por ahi. Está solo ahi todo el año, meno cuando vienen lo patrone o lo que levantan la cosecha. Siempre le dicen que le van a mandá a alguien má' pa’ que no se aburra, ¿vio? Pero lo tienen así, dándole vueltas, hace varioj año. Ni mierda le mandan a alguien... —se río.

Prasky empezó a intrigarse. Sentía casi la misma oscura excitación que cuando tomaba un mal atajo y se interbana en un camino equivocado.

¿Y qué tiene que ver eso conmigo?

El viejo se río con picardía. Tenía los dientes marrones, entabacados.

Que usté caió por ahi como otro que pasan por la zona medio perdido, don. Chanquía ‘ tan aburrido que lo agarra a todo pa’ la joda. El único cañadón quiay acá ‘ a dié legua al este. Y no ‘en ningún camino: ‘en el medio diuna chacrita. Así que andái má’ perdido que turco en la neblina...

¿Diez leguas al este? ¿Y ahí estaban al...? Estaban en la nada. Al menos, él, Prasky, estaba perdido en la nada. Y rumbo a otra nada. El viejo sabía bien adónde iba. El tractor avanzaba a ritmo cansino, recto y paciente, como un caballo viejo que todos los días hace el mismo trayecto. Sólo le faltaba detenerse, cortar un poco de pasto alto y masticarlo en cámara lenta. El otro sabía bien qué hacía, al final de su camino había un fin. Para él, sólo había dudas. Prasky se desconsoló.

¡Justo lo que necesitaba, que me joda un boludo por aburrimiento, carajo! ¿Qué tanto... qué tan lejos está?... Uf, ¿dónde estamos ahora, señor?

Iendo pa’l sur.

Sí, pero geográficamente, digo.

Ah, esto é Córdoba.

Por dios...

Hombre, ya sé que es Córdoba, pero qué parte de la provincia...

Bueno, é zona sojera, ¿vio? La capital ‘ paiá, pa’l norte. ‘Tá lejo.

Mierda. Era una conversación de sordos. El gringo era simpático y se le notaba que tenía verdadero deseo de ayudar. Prasky, como todo periodista, quería información precisa sin saber pedirla. Intentó una vez más.

Pero, ¿a cuánto está Córdoba de aquí? ¿Cien, ciento cincuenta, doscientos kilómetros?

, qué va... ‘Tamo a má’. Deben de sé uno cuatrociento má o meno. ¿Qué se le dio pa’ vení pacá?

Estoy de paso. Disculpe —insistió Prasky, procurando armar un mapa definitivo en su mente—, pero, ¿a cuánto estamos, exactamente, de la semillera?

Bien lejo. No é por acá. le dije, don.

No repreguntó. No tenía sentido. Jamás se entenderían. Podría haber intentado un acercamiento distinto y el gringo le respondería la pregunta, pero la información no sería útil para él. Lo que Prasky quería era un mapa cartográfico con GPS y el otro le ofrecía un dedo húmedo apuntando al cielo para saber de qué lado venía el viento. Dos mundos diferentes no dialogan bien.

Se concentró en hallar alguna luz, una mínima indicación de vida hundida en la oscuridad pampeana. La noche era cerrada y se había vuelto calurosa una vez que, dormido el sol, la humedad tomó el lugar de la brisa de la tarde.

Estuvo en silencio por varios minutos, encajando los ojos en la negrura kilométrica. Tampoco afuera había respuestas. Y, dado que no era baqueano ni hombre de campo como para descifrar las señales casi imperceptibles de un páramo oscuro, concluyó que mejor volvía a probar comunicarse con el viejo. Posiblemente, con esfuerzo, dos argentinos podrían entenderse.

Pero cuando la ciudad iba por el campo, el último se le anticipó.

¿A qué se dedica usté?

Periodista —respondió Prasky todavía con los ojos afuera, intentando una última búsqueda en el hoyo de la noche.

¿De la radio?

Revista... Oiga, perdone que me ponga reiterativo, pero, ¿hacia dónde va este camino si no va para el cañadón?

Esta vez, por misterioso que fuera, el viejo fue un nomenclador preciso, un libro abierto de catastro rural.

Va pa’ la estación. Y pa’ la laguna endijpué. Y adelante se pierde adentro 'e los campo. voy diacá a una quince legua, má’ o meno. Pero a usté lo dejo ande quiera, ah...

Prasky se calmó. Le respondió con una sonrisa.

Cualquier pueblo me queda bien, porque dijo que iba a un pueblo, ¿no?

Sí, anque bien é una estación. Pueblo, lo que se iama pueblo, el má circano ‘tá como auna veinte legua al sur. Hay otro como a trenticinco al noroeste.

¿Es una estación de trenes esa? ¿Todavía hay trenes por acá? Qué raro...

, qué va a vé trene.

¿Entonces? ¿Hay gente, no? ¿Hay teléfonos, algo?

Hay gente, sí. Talefóno no sé; había uno una , hace como chiquiciento año, pero creo que ia se le jodió. Pero lo de la estación le van a una mano igual.

Ojalá —dijo.

El viejo notó algo en la voz del periodista porque lo miró con intriga. Quizá oliera resignación, como los pumas del monte olfatean el miedo y la sangre. Viéndolo otra vez concentrado en el exterior, buscando luces en una llanura ciega, supo que estaba perdido. Perdido en la realidad y en un sentido humano, metafísico, así no supiera qué era eso. Todo eso pensaba el tractorista y decidió levantarle un poco el ánimo.

É buena gente esa de la estación. Tranquilo, endeseguro que lo aiudan.

El otro quiso mostrar que estaba en control. No le salió.

Estoy tranquilo, estoy tranquilo. Me basta con que haya un mecánico. O alguien que me repare el auto. O que me lleve a Monsanto. Con eso estaría bien, sí, claro...

Puta, se dijo el viejo para sí, a éste le levantan el ánimo cuando tiene las manos mojadas. Nada de eso había allí. Mejor le ayudaba de otro modo, siendo más franco. Ahí fue.

Mire, mecánico nuay. Y, ¿la verdá?, ni le hace falta. Nuay auto ahi.

A veces la franqueza rural duele más que una trompada en los riñones. Prasky se quedó consternado.

A ver si entendí: ¿cómo que no hay autos? ¿Cómo viven doscientas personas en una estación sin trenes y sin autos? Sin transporte... ¿Me está cargando, Dugoni?

, qué va... Bueno, io no sé de qué se asombra: ¿usté no vive en la capital que son que dociento gato loco? bien que aiá tenéi auto y esa cosa, pero
son má quiacá...

Pero la gente vive en departamentos, casas... ¡No en una estación!

Bueno, acá también hay casa. No se crea que viven todo amontonao.

Volvían a desconocerse. Los caminos del entendimiento se les cerraban. Semáforo rojo para una neurona; señal de Pare para la otra. Las dos calles terminaban en esa encrucijada.

No le entiendo nada, Dugoni... ¿No era una estación?

Claro que é.

¿Y no dijo que viven ahí?

No.

¿Entonces?...

La estación se iama Estación: Estación Alicia. É como un pueblo pero no iega a eso. É má chico. del tipo poblao. Como un caserío.

Prasky abrió la boca como para tragarse un puñado de
moscas. Finalmente comprendía.

Ya, ahora caigo... ¿Y esta Estación...?

Alicia.

Alicia, sí... ¿es lo único que hay?

Sí. Lo pueblo má circano tán lejo, le dije... Pero ahi se puede quedá sin problema. É eso o dormí en el campo, pero con el olorazo que tiene se lo van a comé la comadreja.

No es ningún consuelo quedarme siquiera una hora en medio de la nada. Sin ofender, claro... —se excusó.

Qué va... Oiga, ¿cuándo tiene que í a la semiiera?

Debí llegar a las ocho, pero ya fue. Ahora lo único que me queda es esperar a que alguien me lleve mañana...

Hmmm...

...Además, si llaman a la oficina no van a encontrar más que la contestadora del teléfono. Dudo que los de Monsanto se aviven de salir a buscarme.

Hmmm...

Dugoni, pare de hacer de vaca y dígame qué quiere decir con ese “hmmm”...

No se ponga chivo, don. Bueno, é difícil que lo busquen. Este é un lugar medio desolao. Anque hubiera alguien aiá, en la semiiería, naides sabe andestá, ¿no?... Así que, ¿quién lo va a vení a buscá?... Mejor deje: io voy a hacé corré la vó pa’ que se sepa que usté está empantanao acá.

¿Y eso funciona?

¡¿Cómo?! va a cómo lo vienen a buscá. Quichiciento mil tipo van a vení. Ahora vaia estirando la pata.

¿Estamos llegando a la Estación?

Ahá.

¿Seguro? No veo luces.

No hay, don, pero que é la Estación, é.

SIGUIENTE → CALDO DE VERDURA Y GALLINA

25 piquetes:

› Un piquete VIP de Unknown

Ja, qué tonta, caí. Confieso. Humillación, a mí.

Miss Heinz

› Un piquete VIP de Unknown

Otra más.

› Un piquete VIP de Unknown

Si dijo el jueves, no debiéramos estar aquí... Tercera en discordia, señoras.


Marion Getz,
FL

› Un piquete VIP de Unknown

Cuatro, je.

› Un piquete VIP de Unknown

Lo admito: quinto.

› Un piquete VIP de Anónimo

Seis. Con otros seis, somos Los Apóstoles Piqueteros VIP.

Viva el campo, pero que no gobierne (en Córdoba se dice distinto...)


Fernando Gala

› Un piquete VIP de Unknown

Why not? Siete.

› Un piquete VIP de Unknown

Ocho, pero creo que no llegamos.

› Un piquete VIP de Unknown

Gracias a dios es jueves

› Un piquete VIP de Unknown

Chevere, esto empezó bien
Otro q vuelve los jueves aca soy yo

› Un piquete VIP de Diego Fonseca

Yo no cuento: quiero ver quienes van a ser esos 12 apóstoles.
Gracias por venir. Los sigo viendo.
Diego

› Un piquete VIP de Anónimo

ONCE!!
Uy, qué emoción, ser apóstol del piquetero VIP. ¿Qué me gano?? un plan trabajar, un poroto de soja, o el plano para llegar a la semillera??
Besos a todos.

› Un piquete VIP de Unknown

Twelve!
The last one!

› Un piquete VIP de Anónimo

...Puta... No hay lugar para uno mas? POr un minuto, Gemelo
Hagamos la gran argenta:
"Ya sé, ya sé que es un piquete, pero, muchachos... No podemos arreglar esto de algún modo?"

=)

› Un piquete VIP de Diego Fonseca

A todos: Gracias por pasar salvando el piquete. A los que envían mails, gracias también. (Anímense, posteen su comment acá. Nadie muerde.)

Sandra/Negra: Regalo una bolsa de té de poleo, pero sólo a vos porque es invierno (en Egoland).

Osvaldo: No te juno, che. Pero graciadió pasaste.

Pablito: Los 12 fue una idea de un lector (mirá más arriba).

La vamos a hacer simple. Voy a crear LA ORDEN DE LOS 19 PIQUETEROS VIP.

POr qué no 20? Quiero ver cómo sufre el último. Si queremos encontrar simbolismos para el 19, miren la espalda de Messi. ¿Sufi?

La verdad es que lo eligió mi mujer.

Entonces, 19 Piqueteros VIP. Y ya, porque si metemos más gente esto no es un VIP sino un tugurio cualquiera. Y no quiero que me ensucien los Berluti cuatro gatos locos más que comen de arriba, viste...

Sigo viendo.

› Un piquete VIP de Anónimo

O sea que soy el 14?

› Un piquete VIP de Unknown

Piquetero VIP 15, para mí.

› Un piquete VIP de Diego Fonseca

Marion les hizo trampa: es la 3 y la 7. Pierden uno: son 14 hasta ahora. Quedan 5 plazas.
Bye.

› Un piquete VIP de Johny B Good

Ahora sí, 15.

› Un piquete VIP de Anónimo

Piquetero 16 (tuve q buscar en el periódico para saber qué era)

› Un piquete VIP de Unknown

Lo siento, Gemelo, no quise abusar anotándome dos veces. Seré la Piquetera VIP 3.

Marion Getz,
FL

› Un piquete VIP de Unknown

Piquetero VIP Nº 17, reportándose

› Un piquete VIP de Unknown

Numero 18.

› Un piquete VIP de Unknown

Y... 19.

› Un piquete VIP de Diego Fonseca

Ok, bienvenida La Orden de los 19 Piquetero VIP. No sé qué se hará con ella ni para qué sirve, pero los miembros son:
1) Miss Heinz (ARG-USA)
2) Machuca La Ruca (MEX)
3) Marion Getz (USA)
4) Washington (URU; ¿de dónde más?)
5) El Emir de Tecamachalco (MEX)
6) Fernando Gala (ARG, deduzco)
7) El Visitante Invisible (ARG?)
8) Osvaldo Calderón (MEX)
9) Autócrata Escuálido (VEN viviendo en USA?)
10) Sandra "La Negra" Franco (indudablemente ARG)
11) Mike Geouff (HOL-USA)
12) Pablo U (ARG)
13) Fantasma (ARG?)
14) Daniel PM (URU-¿USA?)
15) Johnny B Good (CHI)
16) Miguel Llorent (MEX-ESP, ¿correcto?)
17) Nicolás Guillén (USA)
18) Luis López de Jesús (MEX? ESP?)
19) Nippur de Lagash (ARG-SUM, por Sumeria)

Bienvenidos, al igual que los demás Piqueteros que leen de ojito.
La segunda parte de "La Revoluta" ya está lista para subir el 4th of July (un día obvio).
Saludos.

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