Caldo de verdura y gallina
LA REVOLUTA - EPISODIO 3
La llama de la vela perforaba el vidrio de la puerta del bar. Era un hilo de luz tembloroso. Afuera sólo se escuchaba el motor del tractor de Dugoni. Moderaba ronco, como un perro fiero dormido.
Esa noche, como todas en aquel páramo, la única claridad provenía de la luna. Mortecina, flanqueada por las nubes, parecía espiar la llanura. Abajo no había mucho. La tarde se había agotado en lluvias y la humedad era más densa en el caserío que en el camino.
Prasky bajó del John Deere y sintió el golpe. El sudor del aire se le pegó al cuerpo y la camisa se le abrazó a la piel. Se sintió hundido en un licuado de bananas, enterrado en una bandeja de semolín. Pensó que podía cortar el aire con el dedo y armar con los pedazos dos cortinas pesadas de terciopelo.
¿Así sería el paso a otra dimensión? Por ahora, ésa era su único mundo a mano y del que no tenía salida. Estaba allí. Abrazado por el calor pringoso. Sudando. Pegado como un papel mojado. Mejor sería moverse, pensó. Mejor dar un paso. Y lo hizo, y conoció otro modo de medir la cercanía del chubasco campero hundiendo media pierna en un charco de agua y bosta de vaca
Reprimió el insulto. Era un espantapájaros incapaz de asustar a nadie. Metido en la mierda y el barro, mantuvo el equilibrio extendiendo los brazos, desbalanceado por la trajera y el bolsito de periodista colgados del hombro izquierdo.
Echó una mirada al gringo. Seguía en el tractor. No pensaba bajar a ayudarle. Sonreía y lo instaba a seguir adelante gesticulando con una mano. Vaya, decía con el gesto. Déle y no se preocupe, que no es más que bosta y barro argentinos, igual que en su ciudad pero diferente.
Sin apoyo de Dugoni, librado a su suerte, buscó acostumbrar los ojos a la oscuridad. Cuando el ataché dejó el movimiento pendular ya había adquirido una dimensión clara del sitio. Estaba a pocos metros de una vereda, apenas separado de terreno firme por una cuneta también saturada de agua y excremento vacuno. Algo más adelante, una casa.
La luz lunar la sugería pintada de gris pálido o blanco sucio. Al centro había una puerta pequeña flanqueada por dos ventanas cerradas con persianas de chapa plegada. Un caminito de laja o ladrillo, imposible saberlo a esa hora, unía la banquina y el acceso.
Dio un paso; luego otro y un tercero. Caminó con cuidado, evitando confiarse. Ya había cometido demasiados errores ese día y la pierna untada de campo le recordaba el último. Se estiró. Puso el pie sobre la vereda salvando la cuneta. La trajera y el maletín se balancearon. Volvió a detenerse. No quería caer en el lodazal hediondo como antes en el suero.
Una vez que recuperó el equilibrio, subió a la acera y llegó en dos pasos al caminito. Sondeó con la punta del zapato la dureza de las lajas. Parecían estables. Pisó con más decisión: eran estables. Apuró el paso y en un santiamén, alivio de alivios, llegó a la casa.
Tras la puerta del bar, la vela esparcía la misma luz aburrida que había intuido desde fuera. No vio a nadie en el salón. Distinguió algunas mesas y sillas de madera dispersas por la planta y muchas botellas sobre la estantería que cubría la pared posterior al mostrador. Nada más.
Llamó.
—Hola...
—Buenas noches... —respondieron desde la derecha.
La anciana salió de la oscuridad más profunda y caminó lentamente hacia él. Aun en la penumbra, Prasky notó decenas de arrugas surcándole el rostro. La mujer era un mapa antiguo. Parecía haber vivido mil años y tener cada día registrado en el pergamino de la cara. Llevaba el cabello recogido en un gran rodete y un delantal claro sobre un vestido fusco. Prasky unió todo esto en una idea: la señora debía ser una típica y hospitalaria anfitriona del interior. No se equivocaría.
—Buenas noches, señora... Mi nombre es Ezequiel Prasky y acabo de tener un accidente en mi auto —se presentó—. El señor del tractor me trajo hasta aquí. No quiero molestarla, sólo necesito un teléfono. ¿Tiene uno usted o algún vecino? Necesitaría hacer una llamada para que vengan a buscarme y...
—Teléfono hay —interrumpió la mujer; tenía la voz dulce y hablaba cuidando las pausas—. Lo que no hay es línea, señor.
—¿Y otro vecino tendrá?
—Sí, pero no le va a abrir ahora... Es muy de noche.
Las respuestas parsimoniosas de la mujer empataban con el ambiente. Frente a ese bucolismo peatonal, Prasky iba en una moto. Apresurado, con las venas llenas de Buenos Aires.
—Qué macana... ¿Y alguien que me lleve hasta la ruta, o hasta el próximo pueblo, o a una ciudad? Porque tengo que llegar a la planta de Monsanto, ¿sabe?, y si...
Ella sonrió y Prasky se detuvo.
—Ya le digo, a esta hora difícil que pueda hacer algo —dijo luego—. ¿Y qué es ese Monsanto, hijo?... —se interesó.
—La semillera.
—Ah, la semillera... Pero eso está lejos, eh... Hummm... El problema es que tampoco hay nadie que pueda llevarlo... En serio... —el tono de la señora sonó honestamente preocupado—. Mejor duerma aquí y mañana vea.
—Le agradezco, pero debería avisar... A ver, déme un segundo.
Prasky se retiró un par de metros para intentar hablar en privado. Intentó encender el celular pero el aparato, ahogado en la porquiza acuática, no funcionó. Estaba preocupado por dar señales a los relacionistas públicos de Monsanto. Supuso que a esa altura de la noche, cuando ya era evidente que no llegaba a la planta de Las Lunitas, habrían colapsado la casilla de mensajes de su móvil y el contestador de la oficina de Buenos Aires.
La señora fue hasta él con paso de bailarina, como flotando. Todo en ella era suave. Prasky olfateaba esos comportamientos y los evitaba: lo sacaban de quicio. Le bajaban la velocidad y le adormecían el instinto de supervivencia. La mujer lo abordó otra vez con la ternura resuelta de una abuela.
—Duerma aquí y mañana lo arregla. Mi nombre es Margarita, Doña Margarita. Soy la dueña del bar. También es un hostal, pero no anda muy bien porque no viene mucha gente, más que cuando hay cosecha, ¿vio?... Pero todavía me queda una pieza al fondo; las otras están ocupadas por peones. Venga —dijo, tomándole la trajera sin que el otro pudiera detenerla—, deje sus cosas en la pieza que le voy a hacer una sopa para que se caliente.
Dio media vuelta, caminó unos pocos pasos y levantó la vela. Prasky no se había movido de su lugar. Entonces regresó y lo tomó del brazo, guiándolo lentamente
por entre las mesas.
—Por aquí, no se me quede atrás que se me va a perder.
Al final, la dejó hacer. Estaba cansado y sucio. Olía a vómito químico. Y, por sobre todas las cosas, estaba perdido y no parecía haber en ese lugar ninguna solución inmediata.
Siguió a la mujer hasta detrás de la barra. Cruzaron una elevada puerta de vidrios rectangulares que daba a un pasillo. A la izquierda del dintel había un primer cuarto. La mujer abrió y la luz del candil descubrió una cocina. Puso la vela sobre la mesa, tomó y encendió otra, enorme como un cirio pascual, e indicó a Prasky que la siguiera otra vez.
Quizá fuera la carencia de iluminación pero con cada paso Prasky regresaba al antiguo caserón de su fallecida abuela polaca en Entre Ríos. El pasillo, que pronto dio paso a un patio de baldosas oscuras y claras, era idéntico, como muy similares también los sillones de alambre y la mesita de hierro que ocupaban el centro del descanso. Unas plantas gigantes como árboles que crecían al pie de las paredes le hicieron sonreír: excepto porque eran de otra especie, estaban en el mismo lugar que aquellas de su abuela. Justo debajo de la caída del desagüe del techo, para beberse el agua de las lluvias.
La mujer puso la vela sobre la mesita del patio y le pidió que esperase. Fue hasta un cuarto y volvió al cabo de unos minutos. Le indicó amablemente que tomase la luz, que su dormitorio estaba listo. Prasky reanudó la marcha. Una vez frente a la puerta, la mujer se despidió y le avisó que la sopa estaría lista en un ratito, nada más. Se retiró y él entró al cuarto, cerrando la puerta tras de sí.
La pieza tenía una cama de hierro y sobre ella descansaba un firme colchón de lana de oveja. El camastro estaba vestido con sábanas de algodón y un viejo edredón tejido a mano. Prasky tiró la trajera encima y miró en derredor para dar un vistazo al cuarto.
Al frente, junto pegada a la puerta, una pequeña mesa, algo más alta que la del patio. Un mantel de hule protegía la madera. Tenía dos sillas con patas de hierro y asientos forrados de goma acanalada. Pasó la mano sobre el mantel: salió limpia, sin una partícula de polvo. Recordó a la mujer decir que el hostal llevaba tiempo desocupado, así que encontrar esa limpieza le causó buena impresión.
—Hay que ser dedicado para mantener en buen estado lo que no se usa...
A la luz del candil, contempló una vez más su estado en el espejo colgado de la pared. El espejo había sido atacado por el moho, que lo acribilló a manchones. Así y todo, y con poca luz, aun servía. Estaba impresentable. No sólo era el barro en la ropa, era, sobre todo, el hedor de la podredumbre del suero cochino. Tendría que ducharse, pero entonces cayó en la cuenta de que el cuarto no tenía baño. Desistió de la idea y se echó en la cama.
Cuando comenzaba a ganarle el sueño, llegó la señora, que se anunció con un par de golpecitos a la puerta. Le abrió. Doña Margarita supuso que podía quedarse dormido así que había decidido llevarle la sopa un poco tibia para que pudiera acostarse con algo reconfortante en el estómago. Prasky le agradeció y ella se marchó dejándole una sonrisa. Él cerró después de verla irse a paso lento. Se dijo que caminaba igual que su abuela de Entre Ríos.
La sopa era un clásico: caldo de verdura y gallina. Tenía consistencia por los mendrugos de pan que le agregó la mujer. Comió a las apuradas, muerto del hambre, pero saboreó cada cucharada de alimento. Hacía un millón de años que no tomaba sopa casera. La última vez, casualmente, había sido en casa de la abuela.
La abuela. En una hora, en el campo, había pensado en ella más veces que en quince años. Es tópico, cursi y pelotudo, se dijo, pero vuelvo a lo básico y me pongo como pendejo, sensible, como un chico. Qué mierda de lugar. Qué buena sopa.
Con el estómago calmo y tibio, se tiró en la cama. Pronto cayó en un sueño histórico, como hacía años no tenía. Como cuando visitaba a la abuela.
22 piquetes:
Ya lo puse en El Gemelo: me dejaste la intriga para el próximo capítulo con esos títulos sugerentes. Ya intuyo la ironía entre tanto gordo, flaco y comandantes. Quizá me equivoco y se viene una típica masacre bien regada de sangre de El Gemelo pero estoy sonriendo por anticipado. En fin, que me parece que viene por el lado irónico.
Miguel Llorent,
México
Ah, ¿acaso debo firmar como Piquetero VIP 16? Y es correcta tu pregunta dle post anterior: MEX-ESP (campeones de Europa, coño!)
De veras que "La Revoluta" está escrita? Es una de esas cinco novelas que mencionaste en la apertura del blog o es otra? SI es así, "La Vigilia" es la sexta o es una de las cinco?
Me quedé fuera de La Orden de Piqueteros!
Eso me pasa por trabajar demasiado =)
No tienes un puestito 20 para un paisa afincado en Bogotá y Miami?
Miguel: Viene por ahí. Firme como quiera, che. Y felicitaciones por el campeonato. Txavi es uno de los cinco mejores "5" del planeta.
Garrafa: "La Revoluta" fue empezada y terminada en 1998. O sea, sí, está escrita. "La Vigilia" es la sexta; esa sí la escribo semana a semana. Lo de la Orden es un chiste, gente que hace locuras. Si querés ser el 20, dale. O ponele otro nombre a una nueva orden. Para internas siempre sobra gente.
Saludos a ambos.
Sorry: Acabo de ver que puse Txavi por Xavi. Más imperdonable que Juan Carlos Borgues...
¿Y adónde fue el flaco corriendo? Más intriga...
Deduzco que aquí también se puede escribir (Por qué no poner todo en un mismo lugar, los comnentarios me refiero, así es más eficiente).
La pregunta que tengo es porque noto que has dedicado unas páginas a introducir a un personaje principal (ezequiel) y a la zona (la pampa de cordoba). Tambien hay enfasis en el ambiente (soledad, oscuridad, humedad), que parece entre opresivo y olvidado.
Esperaba que entrases en situación antes, pero llamaivamente no encuentro lento el proceso. Al contrario, me gustó. Ya estoy ubicado, se que Ezequiel es clave, que Doña Margarita debe inspirar calma, que Dugoni relojea bastante (no sé si vale más después) y me quedó una dudilla con el morocho del campo. ¿Ahora sigue el ingreso en situación o sigue el proceso de descripción?
Perdoná lo largo del mail.
Horace
Es cierto de que te sentís en un licuado de bananas o en un semolín cuando hay humedad. Baires es así. Eso de andar pegoteado como papel mojado es una llanísima imagen. Bien lograda, Diego.
Y "bucolismo peatonal", já.
Hummm... Estoy algo indecisa con esta porción de la novela. Tiene su "algo" pero no me convenzo del todo. En cualquier caso, las novelas se permiten esos instantes de empantanamiento.
Marion Getz,
Miami, FL
Machuca: Vas a saber en "La Revoluta/3".
Horacio o Bonete: Gracias por tu análisis. Creo que ya es tiempo de entrar en situación en el Cap 3. Estás en lo cierto en cuanto al clima opresivo y la situación de olvido. Me alegro de haberlo transmitido bien.
Matapalomas: Gracias.
Marion: ¿Empantanamiento? Wow. Coincido en que es un episodio lento --me interesa saber qué dirás del próximo. Vale, juguemos. Ya se lanza, como le dije a Machuca y El Bonete de Horacio (buen nick).
Me parece que te está saliendo cursi.
Era de esperar: aparecieron los que tiran piedras sin nombre. Anónimo, al menos inventate un nickname. NO seas piquetero anónimo! O laburás para Moyano (MoyAss... ja ja)?
Hoy estoy re-piquetera, che. Ahora mismo me voy a cortar Libertador. Me llevo a la sirvienta para que golpee la cacerola.
Ana Weiller
¿Lo de cursi será por la mención a la abuela? ¿Ese Anónimo tendrá abuela? Ja ja
Tienes razón en que debe ponerse un nombre, Ana. O avisarle por mail a Diego quién es.
Al menos es un Anónimo con buena actitud. Su calificación no es ofensiva y el trato es respetuoso.
Estoy contigo en que debe darse a conocer. Y lo digo yo que me llamo Johnny B. Good, jejeje!
Juan Bautista Bueno
Chile
Anónimo: ¿Si te mando un beso es más cursi? Dame más elementos así aprendo. Lo digo de veras.
Ana: Llevá cacerola de acero inoxidable o latón. A las de Macy's se les salta la loza, cariño. Decile a la chica que se peine que después te hace quedar pésimo en "Caras".
Johnny B: Estoy de acuerdo. En todo. Y no pierdas el tiempo.
Entre el "algo" de Marion y el "cursi" de Anónimo, que ya es un personaje, me quedo con el "algo".
¿Qué me gusta de La Revoluta? Se le ven buenas maneras. Noto la picardía.
¿Qué no me gusta? Como en lo anterior, tampoco puedo decir demasiado porque lleva poco y quizá después, a mucho andar, nos debemos morder la lengua. Pero es ese "algo"... Creo, humildemente y con todo respeto, que es como si hubieras llegado a estos tramos o capítulos en momentos distintos. Quizá un mes uno y mucho tiempo después el otro o los otros. Me tomé el tiempo y leí los publicados y, perdón por mi insolencia, noto modos distintos de escribir. Como si hubieras decidido ir por un lado y luego modificarlo.
Por favor, digo esto con cautela y respeto. A mí no me gustaría que un iniciado me dijera algo sobre mi trabajo diario o mi especialidad. Diego, mil disculpas por estas palabras si suenan "cursis" pero prefiero decirlas a quedarme con el sabor extraño en boca.
El Emir
Emir: Clap-clap.
Esto es parte de la cocina y no tengo problemas en hacerlo público, dado que he optado por re-publicar (publicar y hacer pública) "La Revoluta" en internet. Emir, me apropio de tus palabras.
Siempre me cuesta volver a rever mis escritos, incluso para editarlos. "La Revoluta", novela que ha dejado de pertenecerme hace 10 años, está en ese estante.
No, estos tramos publicados no fueron escritos mediando mucho tiempo entre ellos. Sí, exhiben cierta estilística.
Es llamativo pero debía "publicarlos" para releerlos con paciencia. Lo he hecho estos días y noto esas "ondulaciones de estilo".
Como he leído capítulos que vienen a posteriori, puedo asegurarte que el serpenteo se aplana. "La Revoluta" tendrá buen ritmo.
Dicho esto, disfruto este tipo de posts. Incluido el de Anónimo, de quien me gustaría tener mayores precisiones, no personales sino sobre su referencia a la "cursilería".
Su post me llamó la atención por la brevedad y el estilo: está escrito adrede para llamar la atención. Lo consiguió, pero también lo hizo con la palabra "cursi". ¿Por qué? Porque, curiosamente, pienso algo parecido sobre algunas partes de "Caldo de verdura y gallina".
Irónicamente, Ana Lía halló que la referencia podía ser la de la abuela. Por algo ese "rasgo" quedó con ella.
Lo rescato. Si Marion tuvo razón sobre la marcha lenta, que también Emir vio, Anónimo y Ana Lía completaron una premisa: cursi es la abuela, su ámbito y situación.
La cuestión "abuela" estaba en el primer escrito original de "La Revoluta" y se llevaba cuatro largas páginas del comienzo. De hecho, la novela abría con una crónica del arribo de los abuelos polacos de Prasky a la provincia de Córdoba y su largo camino a través de la pampa.
En el texto dice a "Entre Ríos", pues el destino inicial de los Prasky sería esa provincia, pero se quedarían a vivir en el interior de Córdoba antes de pisar la Mesopotamia.
En parte, ese relato rescataba fragmentos de la historia de mis propios bisabuelos, aunque ellos eran de Montanera di Cuneo y no de Gdansk.
Nunca lo resolví bien, por lo que eliminé aquel inicio. Era errático y disperso. Empleaba demasiadas líneas describiendo la fortuna equivocada del abuelo Prasky, que por jugar a las cartas toda una noche y no dormir confundió el vapor que iba a New York y se embarcó en otro que navegaba a Buenos Aires. Allí comienzan las confusiones de "La Revoluta".
El otro día hallé ese comienzo abortado. Lo releí y confirmé por qué lo quité, pero también noté en él detalles atractivos. No sé qué haré con él.
Y si bien el abuelo Prasky ya no está aquí, quedaron leves menciones a la bobe. Compromiso emocional, se llama eso. Ni tuve (ni tengo) problemas en que permanezca. Ciertas cursilerías me fascinan y entre ellas está los guiños a mis abuelos, por ejemplo. Tengo una deuda con su historia, como, suelo pensar, media Argentina.
Disculpen la extensión pero el post sirvió también para sentarme a conversar con un fantasmilla. Ella sabe.
Estoy de acuerdo, yo también me siento en deuda con mis abuelos gallegos. Probablemente hubiera sido una buena apertura. La inicial no tiene nada malo pero ahora que contás lo de los bobes polacos como que me abriste la expectación (se dice así?).
Muero por leer "Comandante Marx"! Si se enteran en la empresa que ando con estas lecturas, me ponen de patitas en la calle, Gemelo! Chinga!
Más, más, más!
Fede: Ojalá la cubra con lo que sigue.
Machuca: Las adicciones son un camino de ida. En minutos sube LR/3.
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